Por: MIGUEL SOBRINO BLANCO
Universidad Complutense de Madrid
Departamento de Sociología IV
Facultad de Ciencias de la Información
Universidad Complutense de Madrid


1. La transformación de los escenarios de producción científica
Resultaría difícil encontrar hoy ámbitos de la actividad científica que no se
h ayan visto afectados directa o indirectamente por el proceso de socialización de
tecnologías más o menos innovadoras que han ido irrumpiendo en nuestro entorno a
lo largo de las últimas décadas. Entre ellas cabe destacar, por su impacto sobre las
prácticas de investigación científica, las que tienen que ver con la comunicación y
con la información.
La utilización de no pocos de estos recursos tecnológicos emergentes impregna
hasta tal punto el cotidiano quehacer de los investigadores actuales, que el hecho de
su familiaridad suele eclipsar el recuerdo de las condiciones productivas de los escenarios
de trabajo intelectual que existían previamente. Sin embargo, las insuficiencias
o carencias tecnológicas del pasado, si bien en ocasiones constituían barr e r a s
infranqueables para alcanzar determinados objetivos de conocimiento, generalmente
nunca fueron obstáculo para impedir la continua producción de contribuciones científicas
relevantes en las distintas áreas del saber. El científico actual, al menos el
que desarrolla su actividad en países desarrollados, tiene ahora a su alcance recursos
que harían palidecer las, hasta no hace mucho tiempo, oníricas quimeras que conformaban
el desideratum de aquellos que nos precedieron. ¿Acaso no es cierto que los
trabajos de campo del antropólogo o del sociolingüista se ven favorecidos por las
facilidades que, para el registro de muestras orales, ofrecen unos dispositivos de grabación
de altas prestaciones acústicas como los que hay actualmente en el mercado a
un coste asequible?; ¿es que se puede decir que hoy hay dificultades insalvables para
que ese material se digitalice, se archive y se procese utilizando los recursos de
informática personal o grupal que el investigador suele tener a su disposición?; ¿no
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es un hecho cotidiano y banal en estos contextos de trabajo intelectual, la preparación
de informes de investigación haciendo uso de las facilidades que para ello ofrecen
los ordenadores actuales?; ¿y qué decir, también, de la utilización de Intern e t
para localizar y difundir información, debatir y compartir ideas, aunar esfuerzos en
proyectos afines, distribuir y deslocalizar tareas, buscar financiación, airear preocupaciones
intelectuales, pedir consejo u opinión a colegas o a expertos en otras materias,
etc.?
Basta con escudriñar un poco en la memoria de los más veteranos o, si se prefi e r e ,
con tomarse un tiempo para repasar la siempre refrescante literatura científica o técnica
de hace tan sólo una, dos o tres décadas que contenga alusiones a lo que en ese momento
eran sofisticadas innovaciones tecnológicas, para tomar conciencia de las profundas
alteraciones que el entorno habitual de la inve s t i gación y el quehacer cotidiano del propio
inve s t i gador han experimentado en este relativamente corto lapso de tiempo.
A estos cambios no son ajenos dos hitos sociotecnológicos de particular releva ncia,
de los que derivan muchos de los productos, servicios o aplicaciones que se han
ido incorporando a nuestras actividades de ocio y de trabajo, sobre todo a partir de la
penúltima década del siglo XX: el primero, la aparición y posterior generalización de
la m i c ro i n fo r m á t i c a; y, el segundo, el desarrollo tecnológico y social de la t e l e m á t i c a.
Ambos avances contribu yeron a paliar bastantes de los múltiples inconvenientes y
p r o blemas asociados al uso científico de la tecnología informacional hasta entonces
d i s p o n i ble; una tecnología muy costosa, centralizada, de difícil mantenimiento, de
complicado manejo y de reducidas prestaciones, si se la compara con la actual.
En lo que se refiere a recursos informáticos, la dependencia absoluta de unos
centros de cálculo1 destinados a albergar las nuevas arcas de la alianza entre el científico
y el conocimiento, y el reducido volumen de información automatizada eran
las características más relevantes de la inve s t i gación computerizada de la época2.
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1 Hoy esa clase de instalaciones siguen existiendo convertidas en los actuales centros de supercomputación
–o, si se prefiere, de informática avanzada– que los investigadores tienen a su disposición para la
ejecución de determinados proyectos. Aunque, en la práctica, su empleo para la inve s t i gación social
sigue siendo menor de lo que cabría desear, constituyen opciones tecnológicas alternativas a tomar en
consideración, en especial cuando se trata de resolver los problemas de tratamiento de la información
que plantea el manejo de la complejidad. El recurso a estas infraestructuras informáticas de altas prestaciones
es obl i gado para todos aquellos propósitos de automatización que requieran la ejecución de
operaciones lógicas o matemáticas sofisticadas o el tratamiento de grandes volúmenes de datos que no
puedan realizarse con equipos informáticos más modestos, en razón del tiempo o de las exigencias de
potencia que el procesado de información implicaría.
2 El uso científico del ordenador, aunque en la práctica era todavía bastante limitado en sus aplicaciones
concretas, se entreveía ya como muy prometedor, hasta el punto que autores como Samuel Lilley
consideraban, a mediados de la década de los sesenta, y no sin cierta exageración, que “su papel como
herramientas para el progreso de la ciencia será más trascendental que en todos los demás campos en
que puedan aplicarse, tomados en su conjunto” (Lilley, 1973: 246).
Cualquier exigencia de automatización, por elemental que fuese, tenía que pasar forzosamente
por el uso de aquellas infraestructuras; y sólo los que las han padecido
pueden hacerse una idea de las limitaciones, demoras y otros inconvenientes que ello
a c a rreaba para el normal desarrollo de los proyectos. Ante tal situación no ha de
extrañar, por ejemplo, que fuesen escasos los trabajos de cómputo lingüístico automatizado
realizados hasta bien entrada la década de los 80, ni tampoco que los objet
ivos y resultados de los mismos tuvieran generalmente un alcance bastante
limitado3; dicho esto, por supuesto, con todo el respecto y admiración que merecen
esas contribuciones tempranas.
La paulatina ir rupción en los entornos de investigación de pequeñas estaciones
autónomas de trabajo, de pequeños ordenadores personales, etc., y el desarr o l l o
paralelo de las facilidades de comunicación de los últimos veinte años, fueron modificando
las condiciones de trabajo hasta tal punto que no sería exagerado hablar ya
de una transformación radical de los escenarios y condiciones habituales de la invest
i gación respecto a la situación precedente. El alcance de la repercusión de esos
cambios sobre las actividades de producción intelectual sigue siendo todavía difícil
de evaluar; sobre todo si se tiene en cuenta que estamos aún en los momentos iniciales
de un proceso de transformación sociotecnológica más amplio que, por sus
características, algunos consideran de honda trascendencia histórica.
Aunque la superación de las insuficiencias de capacidad o de los problemas de
e rgonomía y de coste económico que dificultaban la penetración y la operatividad prod
u c t iva de los sistemas microinformáticos, o el acceso generalizado a sistemas telemáticos
sean logros bastante recientes, el impacto de estas tecnologías en la inve s t i ga c i ó n
c i e n t í fica es ya más que notorio. Cualquiera puede constatar cómo en muy pocos años,
a medida que los ordenadores personales o recursos como Internet pasaban a ser tecn
o l ogías ampliamente difundidas, su progr e s iva banalidad está modificando desde las
m e t o d o l ogías y las rutinas de trabajo intelectual a las que el inve s t i gador estaba habituado,
a la percepción misma de su eventual utilidad para los proyectos que acomete,
s a t i s faciendo con ello viejas aspiraciones y abriendo nuevas oportunidades y cauces al
d e s a rrollo del conocimiento en el ámbito de su incumbencia.
Con todas las limitaciones de aquello que tiene todavía un elevado potencial de
desarrollo, la actual tecnología informática asequible al investigador ofrece ya tales
prestaciones de proceso que, con frecuencia, exceden con creces la potencia necesaria
para afrontar las exigencias analíticas de la mayoría de los proyectos conve n c i onales
de inve s t i gación que se puedan plantear en ámbitos como la sociolingüística.
Otro tanto se podría decir de las posibilidades que esa tecnología digital actual
ofrece para la captura, el registro y el almacenamiento de información; ámbitos don-
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3 A modo de ilustración, consúltese el monográfico III de la revista Lingüística Española Actual (LEA,
1981).
de, a medida que pasa el tiempo, las limitaciones asociadas a las características
expresivas y al volumen del material acumulable tienden a convertirse en un problema
menor en las investigaciones sociales que habitualmente se realizan4.
Por otra parte, no menos trascendente es el hecho de que, al funcionar con sistemas
operativos que ofrecen interfaces bastante amigables, la actual tecnología digital
c o n s i ga reducir considerablemente el esfuerzo cog n i t ivo de interacción con la
máquina; un logro que, en la práctica, permite una mayor autonomía del investigador
en la ejecución de tareas, al mismo tiempo que posibilita que su actividad se centre
cada vez más en la resolución de los problemas que son de su estricta competencia
intelectual. Lejos quedan pues ya aquellas situaciones en las que el acceso a los
recursos informáticos implicaba el aprendizaje previo de extraños lenguajes de programación
que obstaculizaban el trabajo de este inve s t i gador y generaban una
dependencia técnica de los operarios del sistema, circunstancias que justificaban un
cierto rechazo o resistencia a su utilización5.
Si a lo expuesto se añade todavía la mención a los avances en la interconexión
de diferentes dispositivos o sistemas tecnológicos que hacen posible el tratamiento
informacional de todo tipo de señales o expresiones, así como las posibilidades que
se han abierto con la utilización científica de redes ampliamente difundidas, como
Internet, el repertorio de recursos disponibles actualmente para investigar –con ser
limitado respecto a lo que todavía queda por venir– parece más que suficiente para
dar satisfacción a los requerimientos habituales de los proyectos convencionales que
hasta ahora se acometían en el ámbito de las ciencias sociales y humanas.
Cuando la reducción progr e s iva de su coste económico y su evidente utilidad
para el trabajo científico hacen que tecnologías con las características técnicas y
ergonómicas de las actuales se conviertan en herramientas cada vez más banales, el
problema entonces para el investigador no es tanto el de acceder a las mismas, como
el de desarrollar la competencia para poder utilizarlas con eficacia en aquellas actividades
en las que la tecnología disponible puede aportar ventajas comparativas respecto
a la situación anterior.
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4 Cuestión nada desdeñable en el ámbito sociolingüístico si se tienen en cuenta las actuales facilidades
de grabación, transferencia y acumulación de documentos escritos, sonoros o audiovisuales.
5 Unas reticencias que, en el caso de las ciencias sociales y humanas, se amparaban también en el prejuicio
de los que creían ver una contradicción entre el uso de la tecnología informática y la naturaleza
social o humana de sus objetos de estudio; o, dicho de otra manera y con palabras de Vicente Rodríguez,
por temor a que la informatización implique, en sí misma, “una cierta intromisión en su significado
como ciencias del hombre” (Rodríguez Rodríguez, 1998: 113).
2. Luces y sombras en el uso científico de las tecnologías informacionales
No cabe duda de que disponibilidades tecnológicas como las que se han mencionado
habrían contribuido a solucionar muchos de los problemas que lastraban la
a c t ividad de producción intelectual de los científicos de otros tiempos, haciendo
posible que la consecución de aquellos viejos objetivos de investigación se llevase a
cabo hoy con una considerable reducción de tiempo, de coste económico y de
esfuerzo intelectual. A tenor pues de lo que se puede observar en la realidad actual
de las prácticas cotidianas de investigación, muchas de las expectativas de los que
nos precedieron pueden considerarse ya como sobradamente satisfechas.
Sin embargo, no es menos cierto también que la agenda de objetivos de investigación
ha variado y que su repertorio se ha ampliado considerablemente, que los
propósitos del investigador tienden a ser más ambiciosos y los proyectos más complejos.
Como consecuencia de ello, en no pocas ocasiones, la llegada de esas tecnologías
constituye también una nada despreciable fuente de nuevos y abundantes problemas
que siguen obstaculizando, tanto o más que antes, los procesos de
producción de conocimiento científico.
Tanto es así que el escenario actual resulta bastante paradójico. Al mismo tiempo
que se convierten en realidad muchas de las previsiones del discurso posibilista
de los pioneros y sus sucesores, en la práctica, esa misma realidad también contradice
algunas de las esperanzas que éstos depositaban en las tecnologías emerg e n t e s .
En concreto, por la trascendencia de sus implicaciones, cabe aludir a una en particular:
la frustración de las expectativas de redención –y, en no pocas ocasiones, también
de productividad intelectual– de aquellos que, sin disponer de los recursos tecnológicos
que hoy tenemos a nuestra disposición, creían ver en ellos una
o p o rtunidad histórica para el desarrollo de un conocimiento científico relevante y
creativo en condiciones de trabajo intelectual más llevaderas.
Ello se debe a que un cambio tecnológico nunca podrá por sí mismo llegar a
producir esos efectos emancipadores si no va acompañado de una transform a c i ó n
radical de las condiciones productivas que constriñen la utilización de tales recursos.
Hoy, si cabe más que en el pasado, en los entornos en los que los investigadores
d e s a rrollan habitualmente su actividad intelectual suele aceptarse tácitamente o
como dogma incuestionable que la inve s t i gación científica, con independencia de
que recurra o no a la tecnología, ha de someterse a las mismas reglas de juego del
modelo socioeconómico que regula la mayoría de las actividades de producción en
sociedades como la nuestra.
Ahora también, como en el pasado y como acontece en otros ámbitos de la actividad
humana socialmente organizada, el uso de tecnología en contextos institucionales
o empresariales de producción científica, continúa enfrentándose a los viejos
demonios de antaño: la burocracia, la instrumentalización de sus fines, la estrechez
presupuestaria, la alienación laboral, la presión productiva, etc. Además, el propio
d e s a rrollo tecnológico genera a su vez otros factores nega t ivos adicionales como
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pueden ser los derivados de la propia abundancia y diversidad de recursos disponibles,
la saturación de información o el exceso de infobasura.
Colmadas, pues, muchas de las aspiraciones tecnológicas del científico de otros
tiempos, las ilusiones emancipadoras que prometían la liberación de todas aquellas
tareas redundantes y tediosas de la investigación tradicional y que permitirían destinar
el tiempo y el esfuerzo a actividades científicas más creativas y gr a t i fi c a n t e s ,
continúan siendo, a la vista del esfuerzo intelectual que siguen requiriendo muchas
de las investigaciones actuales, unas pretensiones, cuando menos, tan voluntaristas
como lo eran cuando se enunciaron.
Cualquiera que tenga una mínima experiencia investigadora sabe que la producción
de conocimiento científico suele ser un proceso complejo que implica la conjunción
de gran cantidad de esfuerzos manuales e intelectuales que van mucho más
allá de las habituales alusiones a la automatización de los procesos de cálculo o de
otras tareas rutinarias. Es más, esta situación parece agravarse en la medida en que el
diseño de muchas de las inve s t i gaciones actuales tienden a ampararse en planteamientos
metodológicos que hacen depender el esfuerzo intelectual humano de las
disponibilidades tecnológicas existentes.
En tales condiciones, el aumento de las facilidades de proceso no sólo suele ir
acompañado de un incremento de la información a procesar y, con ello, de la multiplicación
de los esfuerzos preparatorios, sino que suele generar además ingentes
cantidades de resultados que también han de ser ventilados a fin de localizar la
información relevante.
Estas y otras circunstancias adversas configuran actualmente un escenario contradictorio,
donde a la vez que el acceso generalizado a herramientas informacionales
básicas para la investigación (hasta hace poco inexistentes o difícilmente asequibles)
produce incuestionables avances intelectuales, también se generan nuevo s
ámbitos de ignorancia y excesos productivistas que introducen ingentes cantidades
de ruido en el sistema de producción de conocimientos científicos.
Cuando ese escenario tiene además, como telón de fondo, la prevalencia de proyectos
instrumentales orientados a satisfacer necesidades de mercado que priman
sobre otras propuestas de inve s t i gación altern a t ivas de no menor utilidad social o
interés intelectual pero menos ajustadas a los objetivos institucionales o empresariales
de planificación, las llamadas a la cautela o la apelación a actitudes de alerta más
realistas frente a la tecnología y a sus usos científicos, se convierten en una exigencia
crítica para cualquier investigador.
Todos estos inconvenientes, acrecentados si cabe por el paso del tiempo, conllevan
frecuentemente una merma del potencial de eficiencia productiva que la tecnología
pueda tener, en tanto que herramienta impulsora del desarrollo del saber humano.
Al mismo tiempo que el uso de tecnología en la investigación científica se iba
convirtiendo en algo habitual, también se consolidaba una creencia en que ello cons-
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tituía, por sí mismo, una cierta garantía de calidad. Sin embargo, no es raro encontrar
investigaciones banales o de escaso valor intelectual que justifican su excelencia
en el mero hecho de haber utilizado tal o cual tecnología sofisticada. En tales circunstancias,
el uso de la tecnología no es más que un mero despilfarro de recursos.
La utilización de tecnología, como el empleo de sofisticadas técnicas analíticas, no
garantiza en ningún caso la bondad de los resultados de ninguna investigación.
Considerar, implícita o explícitamente, que la incorporación de recursos tecnológicos
sofisticados al proceso de investigación produce ya de por sí un conocimiento
científicamente válido, que sólo es importante aquel que se genera en tales condiciones
o que, por el mero hecho de usar la más avanzada tecnología, obtendremos
resultados más relevantes, son absurdos prejuicios que la abundante casuística de la
historia y del presente del progreso intelectual humano se encarga de desautorizar.
Por desgracia, falacias como éstas están más extendidas hoy de lo que cabría desear
y para ello basta con observar las tendencias dominantes en la investigación científica
actual o la confianza acrítica en esta clase de recursos que reflejan generalmente
las propias prácticas de investigación de nuestro propio entorno.
Ahora bien, si tales posicionamientos pueden ser cuestionables, no lo es menos
la postura contraria de renunciar apriorísticamente a las oportunidades que, para el
d e s a rrollo del saber que nos atañe, pueden ofrecer las tecnologías emergentes por
muy justificados que estén los riesgos y temores que su utilización entrañe.
Ambas actitudes, emanadas bien sea de convicciones intelectuales profundamente
arraigadas o bien de meras inercias metodológicas, remiten a intereses ideológicos
ajenos al espíritu científico y nada tienen que ver con la legitimidad epistemológica
que asiste a cualquier inve s t i gador para elegir aquellos procedimientos,
instrumentos o técnicas que considere más adecuados para alcanzar los objetivos de
conocimiento que persigue.
Pero si un investigador opta por el recurso a la tecnología, debe tener presente
que ello conlleva limitaciones y servidumbres productivas que no pueden ser ignoradas.
De todos estos condicionamientos, el más importante quizás es el que se refiere
al riesgo del que ya advertía Klaus Lenk a comienzos de la década de los ochenta
cuando afirmaba que, al racionalizar lo que sólo es en parte racional, la automatización
del proceso de información que por fuerza ha de estar formalizada, entrañaba
una deformación inevitable de la realidad (Lenk, 1982: 249).
La omnipresencia de la tecnología en la práctica cotidiana de la producción
intelectual y la consiguiente narcosis ideológica que suele acompañarla, no justifican
el desvío de la atención de los investigadores, en especial de los que operan en el
entorno de las ciencias sociales y humanas, de aquellos objetivos relevantes de sus
ámbitos disciplinares que pueden ser alcanzados sin necesidad de recurrir a tanta
parafernalia instrumental. Ahora bien, en el caso bastante frecuente de tener que utilizarla
por las ventajas que ello pueda reportar, tampoco conviene perder nunca de
vista que se trata tan sólo de herramientas destinadas a paliar las limitaciones e insu-
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ficiencias humanas y que ninguna tecnología puede llegar a redimir al investigador
de la incompetencia intelectual, la ignorancia o la carencia de imaginación.
3. Las sinergias entre el desarrollo tecnológico y la investigación lingüística
El maridaje entre máquinas e inve s t i gación lingüística parece remontarse, al
menos como elucubración teórica, al siglo XVII; una época en que el desarrollo de
innovaciones basadas en principios mecánicos comenzaba a dar sus frutos en forma
de art e factos capaces de automatizar determinadas tareas productivas. La fa s c i n ación
que acompañaba a este maquinismo todavía incipiente debió atizar la imaginación
del momento6, a tenor del torrente de pequeñas o grandes invenciones y descubrimientos
que contribuirían a forjar los cimientos de lo que se acostumbra a llamar
la primera revolución industrial7.
Así pues, no es de extrañar que en este contexto Napier (1617), Pascal (1642) o
Leibniz (1672), siglos después de que Ramon Llull (1305) concibiera su Ars Magna
(Sales, 1997), fueran capaces de diseñar o fabricar los primeros artilugios mecánicos
destinados a automatizar tareas de cálculo; o que, en la misma época, Descart e s
(1629), Cave Beck (1657), Athanasius Kircher (1663), Johann J. Becher (1661),
John Wilkins (1668) o el mismo Leibniz, se atrevieran a dar tímidos pasos en la misma
dirección al proponer ideas de estandarización ex p r e s iva o de codif i c a c i ó n
numérica del lenguaje que permiten considerarlos como referentes remotos de los
principios que inspirarían luego el desarrollo de las tecnologías lingüísticas actuales.
Sin embargo, todavía habría de pasar bastante tiempo hasta que, a comienzos de
la tercera década del siglo XX, P. P. Troyanskii (Hutchin, 2000) y G. Artsouni (Vlassov,
2002) sentaran las bases para construir los primeros dispositivos mecánicos de
traducción; y, al menos aún otros veinte años más, para que los problemas lingüísticos
se conv i rtieran en uno de los principales focos de atención de los equipos de
investigación y desarrollo de las nacientes tecnologías informáticas. Con ello, algunos
lingüistas comienzan a abandonar los baluartes tradicionales de producción de
conocimiento, vinculados hasta entonces generalmente al mundo académico, para
i n c o rporarse a los proyectos de los laboratorios de las corporaciones industriales;
unas estructuras productivas que fomentaban la conve rgencia interdisciplinaria
(Braun & MacDonald, 1984: 55).
El avance de tecnologías mecánicas capaces de automatizar tareas cog n i t iva s
elementales relacionadas con el lenguaje, estimuló la necesidad de disponer de un
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163
6 Hecho que se refleja en la abundancia de literatura científica y técnica de esta clase en la producción
impresa de la época (Basalla, 1991: 163).
7 Autores como Michael Flinn consideran este interés por el descubrimiento científico como la característica
esencial de los siglos XVI y XVII (Flinn, 1979: 137).
conocimiento lingüístico más operativo por parte de aquellos que las fabricaban o
las utilizaban.
Con la llegada, a mediados de siglo XX, de otras tecnologías alternativas a las
mecánicas, como las informacionales, a la vez que se acrecentaba el interés de los
tecnólogos (Wiener, 1967: 68-87) por las cuestiones del lenguaje8, el recurso a especialistas
en lingüística se conve rtía en una exigencia ineludible de muchos de los
proyectos en curso9. En principio, para resolver los problemas que planteaba la necesidad
de disponer de lenguajes art i ficiales sobre los que basar su funcionamiento;
pero también para poner a punto aplicaciones prácticas orientadas a la automatización
de procesos productivos relacionados con el tratamiento de la inform a c i ó n
documental, la ingeniería cognitiva o el reconocimiento, la traducción y el control de
lenguajes naturales por las máquinas, o para solventar problemas ergonómicos como
el de la comunicabilidad de las interfaces.
En ese contexto, no es de extrañar que, como contrapartida, se haya desarrollado
también entre los lingüistas una progresiva atención hacia la propia fenomenología
tecnológica emergente, sus usos sociales y sus aplicaciones metodológicas
( C h o m s ky & Miller, 1958; Spark-Jones & Needham, 1968; Durham & Rog e r s ,
1971) ni que, como consecuencia de ello, aparezcan y se consoliden en su seno nuevos
saberes disciplinarios como la lingüística computacional o la ingeniería del lenguaje;
por no mencionar el variopinto repertorio de nuevas áreas de especialización
en lo que a lingüística aplicada se refiere (Martí Antonín, 1999).
La lingüística se constituyó así en un campo científico part i c u l a rmente sensible y
r e c e p t ivo a lo que acontecía con el avance tecnológico de los sistemas inform a c i o n a l e s
y a la difusión social de estas innovaciones; en especial, en aquellos casos en los que
tales innovaciones, por su propia naturaleza, eran susceptibles de ser utilizadas en la
s a t i s facción de demandas sociales relacionadas con ámbitos de su competencia:
c o rrección de textos, diccionarios de apoyo, traducción automática, procesamiento
semántico, aplicaciones criptogr á ficas, modelado de lenguaje, reconocimiento de vo z ,
traslación ex p r e s iva, etc.
En algunos casos, como el de la traducción automatizada o, en mayor medida,
el de la inteligencia artificial, el avance tecnológico tropezó precisamente con una
barrera de insuficiencias en el conocimiento lingüístico que obligó a rebajar el optimismo
inicial reflejado en las expectativas tempranas de un rápido desarrollo de las
aplicaciones previstas, a la vez que ponía de manifiesto las limitaciones de la tecno-
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8 Las tecnologías de la información se caracterizan precisamente por basar su operatividad en la existencia
de lenguajes adecuados para la interacción con la máquina.
9 Basta recordar la trascendencia que tuvieron las aportaciones chomskyanas de la segunda mitad de los
años cincuenta, especialmente sus jerarquías, para el desarrollo posterior de la teoría del lenguaje computacional.
logía disponible para manejar, correctamente y en toda su extensión fenomenológica,
la complejidad y diversidad del uso social del lenguaje y del propio pensamiento
humano (Moto Oka & Kitsurgawa, 1986: 30).
Con la difusión social de esta clase de tecnologías y de manera especial de
aquellas aplicaciones más directamente relacionadas con actividades de comunicación,
emergen también nuevos fenómenos socioculturales de lenguaje y con ellos
nuevos problemas a resolver o, si se prefiere, nuevos focos de interés sociolingüístico;
por tanto, nuevos objetos y ámbitos de investigación10.
Los requerimientos de la ingeniería del lenguaje potencian la investigación lingüística
y ésta, a su vez, encuentra aplicaciones socialmente útiles en el desarrollo
de sistemas capaces de resolver problemas de procesamiento automático del habl a
relacionados con las necesidades comunicativas cotidianas.
4. La cotidianeidad de las tecnologías informacionales en los procesos de
producción de conocimiento
Pero el impacto del desarrollo de las emergentes tecnologías digitales sobre los
estudios del lenguaje no se limita, ni mucho menos, a la retroalimentación positiva
que históricamente se ha producido entre el cambio tecnológico y la ampliación del
conocimiento de las aplicaciones de la lingüística.
Más allá de las sinergias mencionadas, los beneficios o perjuicios que ese cambio
tecnológico conlleva alcanzan también a los estudios más convencionales del
lenguaje, ya que éstos, como acontece en cualquier otro campo de la ciencia, disponen
ahora de nuevas y cada vez más sofisticadas herramientas para optimizar el
esfuerzo de los investigadores en los procesos de producción de conocimiento que
les conciernen.
Al respecto se podría decir todavía que si, hasta hace relativamente poco tiempo,
el empleo de estas tecnologías era más bien la excepción que la regla, hoy el escenario
se ha modificado radicalmente. Y ello es así en la medida en que las capacidades
para el cálculo numérico o lógico, para el registro y almacenamiento digital de materiales
de campo, para la localización y gestión de referencias, para la edición o para la
comunicación científica que proporcionan los recursos habituales hoy en los entorn o s
de inve s t i gación, están siendo aprovechadas de forma más o menos rutinaria en los
trabajos de inve s t i gación social que se acometen en la actualidad.
Las nuevas tecnologías, por tanto, se presentan al investigador del lenguaje en
general –y al sociolingüista en particular– como útiles asequibles de trabajo, más o
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165
10 A modo de ejemplo, podría citarse el caso de cómo las crecientes exigencias de automatización relat
ivas a la traducción o transcripción de variantes más o menos alejadas del lenguaje norm a t iv i z a d o
están conv i rtiendo a la sociolingüística en un referente obl i gado para poder afrontar los retos que la
satisfacción de tales demandas sociales plantea.
menos potentes y más o menos sencillos de manejar, que le pueden ayudar a realizar
tareas o a resolver numerosos problemas en la práctica cotidiana de la investigación;
unas herramientas que además, cuando son comunicativas, también le pueden ser de
utilidad como importantes fuentes de información lingüística o sociolingüística1 1.
Como ya se ha indicado, se trata en definitiva de recursos que bien utilizados pueden
c o n t r i buir a que ese inve s t i gador alcance sus propósitos optimizando su esfuerzo
intelectual y mejorando las condiciones productivas en que desarrolla su actividad.
Hoy en día es rara ya la investigación personal o colectiva que, sea cual sea su
propósito, no esté mediatizada por la utilización del ordenador u otros recursos digitales
bien como herramientas autónomas de trabajo, bien como dispositivos de acceso
a las diferentes posibilidades de comunicación que ofrecen las redes telemáticas.
Todo el proceso canónico de la investigación científica (planteamiento, diseño
y planificación, captura, acopio y registro de información, tratamiento y análisis de
datos, interpretación de resultados y redacción de informes, así como la difusión y
discusión posterior de esos resultados o de las conclusiones) está siendo afectado, de
una u otra manera, por la disponibilidad de estos recursos instrumentales capaces de
auxiliar al investigador en el desarrollo de sus proyectos.
Dejando a un lado, por obvio, lo relativo a la descripción de estos empleos cotidianos
de la tecnología informacional en los procesos de producción de conocimiento
que la investigación sociolingüística comparte con la de otros ámbitos del saber,
no está de más hacer alguna mención a sus repercusiones metodológicas inmediatas.
5. Repercusiones metodológicas: el reajuste de roles y saberes del investigador
Si el mero uso y difusión social de las tecnologías informacionales es ya de por
sí un importante factor de transformación que está estimulando la reformulación tanto
de la agenda de lo que ha de ser inve s t i gado, como la revisión de los mismos planteamientos
teóricos y metodológicos de las disciplinas del lenguaje1 2, el simple
hecho de emplear tales recursos innovadores en el proceso de inve s t i gación conlleva
también una alteración paulatina y más o menos profunda de las formas de inve s t i ga r.
Es evidente que la innovación tecnológica no presupone necesariamente una
innovación metodológica. Prueba de ello la ofrecen los numerosos casos de utilización
de los nuevos recursos informacionales en investigaciones sociolingüísticas tradicionales
que podrían realizarse prescindiendo de los mismos. Sin embargo, lejos
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11 En casos como el de la telemática, las ingentes cantidades de “material lingüístico” acumulado que
está a disposición de quien desee utilizarlo, la convierten en la más potente y universal herramienta de
acceso a información primaria sobre los usos actuales e históricos del lenguaje.
12 Valga como ejemplo la revisión chomskyana de la teoría gramatical (Chomsky, 1957).
de limitarse a hacer más llevadero el trabajo del investigador, la utilización científica
de tales recursos suele ir acompañada de alteraciones en los hábitos, protocolos, rutinas
o procedimientos tradicionales de trabajo intelectual que, de algún modo, se van
a ver alterados por la necesidad de ajustar las posibilidades tecnológicas a las exigencias
productivas del propio proceso de investigación. Esta dialéctica entre condicionamientos
tecnológicos y organización del trabajo científico hace también que el
uso de las herramientas digitales en los procesos de producción de conocimiento
acarree, en numerosas ocasiones, un cierto replanteamiento de los roles y las estrategias
utilizadas en la investigación convencional.
Con la internalización paulatina de los nuevos procedimientos, aplicaciones,
usos y posibilidades de los recursos que tiene a su alcance, el investigador social se
ve forzado con frecuencia a redefinir el esquema de competencias de su propia actividad;
y, en consecuencia, a aceptar, aunque sólo sea a efectos prácticos, la exigencia
de un cierto cambio de mentalidad respecto a lo que de él se esperaba que realizase
en épocas pasadas. Sometido a presiones productivas y a limitaciones presupuestarias
o en virtud de la autonomía tecnológica recién adquirida, hoy es habitual que en
el ejercicio de su papel de productor de conocimiento se incluya el tener que asumir
tareas que en otro tiempo realizaban otros actores auxiliares o especializados que
también participaban en el proceso de investigación13.
Por otra parte, la incorporación de recursos tecnológicos a la inve s t i ga c i ó n
social requiere el previo desarrollo de la capacidad de utilizarlos y esto, no por ser
evidente es siempre una competencia fácil de adquirir. Sin embargo, como consecuencia
de la generalización del acceso del investigador a tecnologías digitales como
el ordenador y su periferia, o del acceso cotidiano a información social o lingüística
automatizada a través de redes como Internet, la posesión de los conocimientos y
habilidades tecnológicas básicas necesarias para su manejo, que antes constituía una
d i ficultad nada desdeñable, es ahora algo que por banal se da cada vez más por
supuesto.
Pero cuando se trata de la ejecución de tareas que requieren conocimientos más
especializados como los que se necesitan, por ejemplo, para el desarrollo de diseños
teóricos o metodológicos, para la aplicación de determinadas técnicas analíticas o
para la correcta interpretación de los resultados, hay que distinguir entre la competencia
para el manejo del instrumento, de aquella otra competencia en las cuestiones
relacionadas con la propia especialización científica del inve s t i gador en el manejo
del conocimiento específico que le concierne.
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS TECNOLOGÍAS INFORMACIONALES Y SUS REPECURSIONES
167
13 Lo cual no es más que la concreción en el ámbito de las actividades de producción de conocimiento
científico de una tendencia más general que ya Bruno Lussato, a principios de la década de los ochenta,
expresaba con las siguientes palabras: “La especialización a ultranza queda definitivamente descartada”
(Lussato, 1982: 192).
En el primer caso, el de la adquisición de la competencia tecnológica, la solución
suele pasar por someterse a unos procesos de aprendizaje instrumental que
generalmente no acostumbran a presentar mayores dificultades que las de familiarizarse
con la herramienta y sus posibilidades. Sin embargo, en el segundo, el relativo
a la competencia científica, el desconocimiento de un saber especializado remite a
carencias de fondo que la tecnología difícilmente puede, por el momento, solventar.
Por muchos y sofisticados recursos tecnológicos de que se disponga, si no se dominan
los saberes relativos a aquello que se pretende hacer con ellos, difícilmente pueden
resultar de utilidad para los propósitos de la investigación.
La posesión de esos conocimientos disciplinarios especializados, como pueden
ser los propiamente sociolingüísticos, con los conceptos, teorías, metodologías y técnicas
utilizables en esta clase de investigaciones, es pues una precondición ineludible
para el correcto empleo de unas tecnologías cuya utilización requiere asimismo
una cierta especialización tecnológica. Esta circunstancia tiende a ampliar por tanto
las exigencias de formación y capacitación en el ámbito en el que tales tecnologías
son aplicadas. De este modo, no es extraño que el investigador social actual se vea
obligado a acometer por sí mismo tareas que en la investigación tradicional solían
ser habitualmente desviadas a otros especialistas. No obstante, tampoco es raro el
caso en el que la complejidad que entraña la correcta utilización de ciertas herr amientas
actuales eventualmente utilizables en la investigación sociolingüística, siga
aconsejando el recurso de manera puntual o sistemática a especialistas en su manejo.
Sea por exigencias de competencia técnica, o sea por razones de productiv i d a d, el
reparto de tareas seguirá siendo una necesidad en muchas de las investigaciones que
se realicen y ello seguirá justificando la constitución de equipos multidisciplinarios.
No obstante, el flujo de novedades y la diversidad de recursos eve n t u a l m e n t e
utilizables en la investigación sociolingüística hacen que sea cada vez más frecuente
la situación en la que las habilidades requeridas para la utilización de los recursos
basados en las tecnologías digitales emergentes tengan que ser adquiridas por el propio
inve s t i gador de un modo autodidáctico. Con tales propósitos, las herr a m i e n t a s
informacionales actuales, en particular las más complejas y sofisticadas, suelen proporcionar
módulos locales o servicios de apoyo en línea que minimizan la necesidad
de tener que recurrir, como en el pasado, a procesos de aprendizaje y adiestramiento
más convencionales.
En definitiva, al ser muchos, dispares y, en ocasiones, novedosos los ámbitos en
los que los recursos tecnológicos existentes, con su versatilidad o su enorme capacidad
de almacenamiento y su potencia de cómputo, pueden tener aplicación en el proceso
de investigación sociolingüística, también son muchos los nuevos conocimientos,
habilidades o destrezas que se requieren para llegar a hacer una utilización
eficiente de los mismos.
MIGUEL ÁNGEL SOBRINO BLANCO
168
6 . De las disponibilidades tecnológicas del presente a los escenarios del futuro
Los recursos tecnológicos informacionales susceptibles de ser empleados en
i nve s t i gación social que pueden tener interés para el trabajo sociolingüístico son
muy numerosos y variados. Hoy hay aplicaciones informáticas para el diseño, la planificación,
la gestión y la optimización de proyectos; las hay para la localización y
tratamiento de fuentes documentales, paralelos o materiales de cotejo; disponemos
de instrumental más o menos sofisticado para la captura y manipulación de muestras
textuales, acústicas o audiovisuales; productos para la confección de bases de datos
que permiten trabajar con registros de distinta naturaleza; herramientas analíticas
para el tratamiento estadístico o lógico de cualquier clase de información; programas
para la expresión gráfica o para acometer las tareas de redacción y edición de documentos;
novedosos soportes y canales para difusión de información; tecnologías que
ofrecen oportunidades para la formación, el adiestramiento o la actualización de
conocimientos, o que abren nuevos cauces para la comunicación científica, para el
debate o la demanda de orientación y consejo; otras que permiten la afiliación y gestión
de redes de especialistas con intereses convergentes, que facilitan el trabajo en
grupo o la actividad en laboratorios virtuales, etc.
Esta casuística, sin pretensiones, ilustra suficientemente lo abundante y variado
que puede ser el repertorio de recursos tecnológicos empleados actualmente en las
actividades de investigación científica y que, por tanto, son herramientas susceptibles
de ser utilizadas en los procesos de producción de conocimiento sociolingüístico.
Muchas de ellas son productos comerciales; otras en cambio son de libre utilización,
entre las que abundan las que fueron generadas en el seno de la propia
comunidad científica para resolver problemas de la inve s t i gación; algunas, por su
versatilidad, son de propósito general y otras desarrolladas para resolver problemas
específicos en escenarios productivos que poco tienen que ver con la investigación
c i e n t í fica pero que nada impide que puedan ser reutilizadas para tales fines; y las
hay también que, habiendo sido desarrolladas para ser empleadas en la investigación
de un determinado ámbito de conocimientos, pueden resultar muy útiles y eficaces
para acometer investigaciones en otras áreas del saber.
No se trata por tanto de presentar un catálogo exhaustivo que, por muy extenso
que fuese, siempre sería incompleto y que, inev i t a blemente, desembocaría en un
muestrario de productos, muchos de ellos de rápida obsolescencia. Ni se trata tampoco
de ofrecer una clasificación de las herramientas disponibles que se sume a las
ya existentes y que, no por útil o más rigurosa, dejaría de ser parcial y provisional.
Como alternativa, es preferible centrar la atención en cuestiones relativas a las características
y al uso de aquellas tecnologías genéricas que están actualmente en desarrollo,
pues la reflexión sobre los aspectos innovadores de estos recursos emergentes
puede ayudar a comprender mejor el alcance de la transformación que está
afectando a los procesos tradicionales de producción de conocimiento científi c o .
Para ello, basta con detenerse a observar el uso científico que actualmente se hace de
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS TECNOLOGÍAS INFORMACIONALES Y SUS REPECURSIONES
169
infraestructuras como Internet y tomar en consideración las potenciales aplicaciones
de la inteligencia art i ficial a la producción y gestión del conocimiento. En ambos
casos, se trata de referentes tecnológicos que, como durante décadas anteriores lo
fue el concepto de “informática”, nos pueden ayudar, uno, el telemático, a comprender
el presente y el futuro inmediato de las actividades de producción intelectual, y
el otro a vislumbrar un horizonte más lejano de la investigación científica.
Un sociolingüista que, recién acabada su formación académica, comience hoy
su actividad como investigador, debe tener presente que puede ejercer como tal hasta
mediados del presente siglo XXI. Ante esa expectativa realista de actividad profesional
o de vida activa como científico, con sólo ahondar un poco en las referencias al
pasado con las que comienza este trabajo ese inve s t i gador puede hacerse una idea
aproximada, aun a riesgo de quedarse corto en su proyección, de las transformaciones
que le esperan en el ejercicio de sus cometidos intelectuales en las próximas
décadas.
La rapidez con que se producen actualmente los cambios y el alcance del
impacto de los mismos son dos características definitorias del proceso de transformación
socio-tecnológica en curso, donde lo novedoso es, sobre todo, su celeridad.
Ambos son fenómenos que venían siendo adve rtidos por algunos analistas (Picht,
1969) desde hace ya bastante tiempo; la evidencia de lo acontecido desde entonces
no ha hecho otra cosa que ratificar sus proyecciones.
A tenor de las previsiones de desarrollo tecnológico y de socialización de innovaciones
que barajan actualmente las empresas e instituciones públicas implicadas
en el proceso es, pues, poco probable que la continuidad del flujo de novedades y
mejoras vaya a detenerse en las próximas décadas. Ante la persistencia de esta situación
de cambio sociotecnológico cada vez más acelerado, el sociolingüista, como
cualquier otro científico social, debe intentar evitar anclarse en el presente y procurar
encarar su futuro como algo más que una mera proyección de aquello que hoy
está modificando su actividad investigadora.
Hace tan sólo veinte o veinticinco años, un escenario con niveles de desarrollo
y socialización tecnológica como el actual, era ya bastante prev i s i bl e1 4, como se
deduce de las especulaciones de futuro de algunos círculos intelectuales (Mart í n ,
1980), institucionales (Nora & Minc, 1980) y, por supuesto, empresariales. Sin
embargo, este hipotético y, más o menos, inminente horizonte de socialización informática
y telemática, todavía era incapaz de movilizar la conciencia de la gran mayo-
MIGUEL ÁNGEL SOBRINO BLANCO
170
14 Una clarividente descripción anticipatoria, sorprendentemente ajustada a lo que hoy comienza a ser
ya una realidad indiscutible con Internet, podrá encontrarse, bastante antes, en el ensayo del periodista
Nigel Calder, escrito a finales de la década de los sesenta (Calder, 1971: 232-233). La lectura a poster
i o r i de éste y otros trabajos similares muestra que, a pesar de la incertidumbre, todavía es posibl e
hacer proyecciones fiables de futuro.
ría de la comunidad científica para adelantarse a los cambios que, en breve, tanto
repercutirían sobre su actividad. No es de extrañar pues que un fenómeno de miopía
prospectiva similar pueda estar reproduciéndose ahora respecto al futuro de la investigación
científica a medio y largo plazo. Pero, por muy arriesgado que resulte prever
todavía cómo puede afectar el cambio tecnológico en curso a los procesos de
producción de conocimiento social o lingüístico, esta incertidumbre no va a impedir
que se sigan produciendo alteraciones más o menos profundas en estas actividades
como consecuencia de la más que probable continuidad del flujo de mejoras e innovaciones
en el próximo futuro.
7. El impacto de la telemática en los procesos de producción de conocimiento
científico
Sin menospreciar el continuo y espectacular desarrollo de las tecnologías informáticas
de base que fueron el referente paradigmático del pasado, a propósito del
presente podría decirse que la atención a la innovación se está desplazando de la
informática hacia su confluencia con las telecomunicaciones, a lo que no es ajeno el
espectacular desarrollo tecnológico y social de realidades como Internet. Este reajuste
en la percepción social de la tecnología responde a razones sociológicas y productivas;
y son estas razones las que permiten considerar el momento actual como el
del inicio de lo que podría ser una segunda fase del proceso de transform a c i o n e s
asociado al despliegue de las tecnologías informacionales iniciado a mediados del
siglo XX; una etapa en la que la telemática, hasta hace poco una tecnología sociológicamente
residual, a pesar del significativo desarrollo tecnológico y social acaecido
en algunos lugares y entornos productivos en décadas pasadas (Sobrino Blanco,
1991), aparece, cada vez con mayor nitidez, como el referente innovador que mejor
caracteriza la época en la que vivimos.
Si con el progreso tecnológico y social de la informática, como tecnología autónoma,
las capacidades de producción de información y de conocimiento científico
relativo a lo social y al lenguaje se han visto considerablemente potenciadas, con la
socialización telemática se vuelve a dar ahora un nuevo impulso a esas capacidades
al permitir, entre otras cosas, incrementar el flujo y la velocidad de circulación de los
resultados de la producción intelectual de la investigación social y lingüística.
El desarrollo de la informática proporcionó, sigue y seguirá proporcionando a
la comunidad científica del lenguaje un elenco de herramientas mejoradas o novedosas
capaces de automatizar muchas y cada vez más variadas tareas del proceso de
i nve s t i gación. Su conve rgencia con las telecomunicaciones contribu ye ahora a
ampliar considerablemente ese universo de posibilidades, ofreciendo al sociolingüista
capacidades adicionales que potencian todo aquello que, en su actividad productiva,
tenga que ver con la comunicación científica y con la disponibilidad de información
o proceso en cualquier momento y lugar en que se necesite.
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS TECNOLOGÍAS INFORMACIONALES Y SUS REPECURSIONES
171
Las capacidades telemáticas emergentes permiten realizar al investigador social
desde la transferencia inmediata de datos o de cualquier otra clase de información, al
intercambio de útiles y de experiencias, pasando por el acceso a recursos remotos y
la articulación de esfuerzos de investigación espacialmente dispersos; todo ello, real
i z a ble de manera prácticamente instantánea y con independencia tanto del luga r
donde se genere o se almacene la información, como de donde se lleven a cabo las
actividades. Claro está que siempre habrá barreras que limiten esos flujos por razones
económicas, políticas o ideológicas.
Este recién adquirido potencial de acceso, intercambio o comunicación, unido
al continuo desarrollo de las facilidades de captura, de registro y de proceso de
información que proporciona la tecnología informática de base en que se sustenta,
está llamado a dinamizar todavía más el proceso de subversión de las prácticas tradicionales
de producción de conocimiento vigentes en épocas pasadas; acelerando, en
no pocos casos, incluso la obsolescencia de las actuales.
La manera en la que el científico trabaja actualmente en la preparación de un
proyecto, se documenta, recaba gran parte de la información relativa a su cotidiano
quehacer, resuelve muchas de sus incertidumbres e insuficiencias de conocimiento,
o el modo en que redacta sus informes, por dar sólo algunos ejemplos, pasa ahora
por acudir de forma rutinaria a los recursos disponibles por vía telemática. Esta clase
de prácticas reportan, a pesar de los inconvenientes y riesgos que puedan tener, evidentes
ventajas para el trabajo intelectual respecto a cuando estas capacidades productivas
eran inexistentes o más limitadas.
En un momento en el que la cantidad de conocimiento acumulado en una sola
disciplina, como la sociolingüística, es humanamente inabarcable y la información
que se genera crece vertiginosamente, el investigador sigue teniendo la necesidad de
estar al corriente de todo aquello que puede afectar al desarrollo de su actividad; y
en especial, de aquellos avances de conocimiento que continuamente se producen en
el ámbito de su incumbencia15.
Es cierto que para auxiliar estas tareas, además de los cauces tradicionales, la
comunidad científica disponía ya desde hace tiempo de servicios telemáticos de acceso
a la información que no por limitados, o por requerir habitualmente la mediación
de un especialista en documentación electrónica, dejaban de ser útiles. Sin embargo,
el advenimiento de Internet trajo consigo un cambio substancial de ese prim e r
MIGUEL ÁNGEL SOBRINO BLANCO
172
15 No obstante, el recurso a la infraestructura tradicional de bibliotecas, archivos, fondos, etc., sigue y
seguirá siendo por el momento imprescindible, bien porque es materialmente imposible, por el momento,
digitalizar todo el conocimiento históricamente acumulado en soportes convencionales, o bien porque
razones espurias de orden jurídico o comercial impiden que gran parte del conocimiento científico
emergente pueda estar a disposición del investigador a través de los nuevos canales. Esta advertencia es
pertinente tras observar que son cada vez más numerosas las publicaciones actuales que sólo se fundamentan
en referencias digitales.
e s c enario de acceso a la documentación científica y técnica informatizada. Al introducir
una mayor ergonomía y una mayor versatilidad a través de protocolos unificados,
los nuevos recursos telemáticos favorecieron también la universalidad y convergencia
de las fuentes, la generalización de las prácticas y la cotidianeidad del acceso
a una información que antaño era más escasa, costosa y de uso bastante restringido.
Hoy, es cada vez más frecuente que cualquier investigador con una mínima experiencia,
sirviéndose tan sólo de las herramientas de búsqueda habitualmente utilizadas
para localizar contenidos en la red, pueda, por sí mismo, tener a su disposición más
información, acerca de la mayoría de los temas que le preocupan, de la que es capaz
de procesar; lo cual pasa de ser una ventaja, a constituir un problema que se agudiza
con el paso del tiempo.
En lo que a información sociolingüística se refiere, abunda tanto como cualquier
otra. De ello se encargan entidades administrativas, instituciones públicas y
p r ivadas, asociaciones profesionales, unidades académicas, editores, librerías,
bibliotecas, servicios y centros de documentación generalistas o especializados, consultoras,
personas individuales, etc. En muchas ocasiones la información es un producto
comercializado como cualquier otra mercancía; pero, en otras muchas también
el acceso a la misma no implica más coste que el de la comunicación o el del esfuerzo
de recogerla y no por ello resulta de menos utilidad.
Cada vez hay más bibliografía “histórica” disponible y es frecuente localizar ya,
en las bibliotecas digitales, el texto completo o fragmentos de las obras de autores
clásicos que ya han pasado a dominio público. Otras publicaciones más actuales se
comercializan o se ofrecen gratuitamente en soporte digital como altern a t iva a las
tradicionales versiones impresas; y son cada vez más abundantes también las monografías,
informes y publicaciones seriadas o periódicas especializadas que sólo están
disponibles en edición digital. Hoy, pues, mucha de la información sociodemográfica
o de otra índole que sirve de base para numerosos proyectos de las ciencias sociales,
está ya asequible en los portales de las instituciones o empresas que la generan;
y hoy hay también proyectos ambiciosos, como por ejemplo el NESSTA R1 6, que
ilustran las posibilidades de centralización y manejo remoto de datos sociales que
estos recursos telemáticos ofrecen al inve s t i gador actual (Ryssevik & Musgr ave ,
1999).
Sin embargo, lo que hoy existe es tan sólo un reducido y, hasta cierto punto, primitivo
muestrario de lo que, a este respecto, todavía está por llegar. Las previsiones
de futuro apuntan a que la abundancia de información científica más o menos relevante
seguirá incrementándose a un ritmo si cabe cada vez más acelerado. En primer
lugar, por la tendencia que se observa a realizar la transferencia paulatina a soportes
i n f o rmacionales de todo el acervo cultural y de conocimientos acumulado por la
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS TECNOLOGÍAS INFORMACIONALES Y SUS REPECURSIONES
173
16 NESSTAR: Networked Social Science Tools and Resources (http://www.nesstar.org/).
humanidad hasta el momento; y, en segundo lugar, porque una parte cada vez mayor
de la información resultante del esfuerzo productivo humano, en especial la producida
en los ámbitos de la ciencia o la tecnología, ya está siendo generada y difundida
directamente en soportes digitales.
Es más, aunque las herramientas actualmente disponibles en la red o para uso
local tienen todavía un desarrollo moderado, el trabajo coordinado de lingüistas y
t e c n ó l ogos en el ámbito de traducción automática ya ha dado frutos sufi c i e n t e s
como para que ningún inve s t i gador actual, excusándose en el desconocimiento de
una determinada lengua, siga ignorando las aportaciones realizadas por cualquier
colega que reclame el legítimo derecho a utilizarla como vehículo de expresión científica;
una opción personal que se convierte en militante cuando expresa una postura
de rechazo al actual sistema de control de la producción de conocimientos científicos,
basado más en la obligatoriedad del empleo de un idioma determinado que en la
relevancia de las contribuciones realizadas en otras lenguas.
Las consecuencias del desarrollo de estas capacidades sobre el progreso del
conocimiento y el impacto sobre la agenda de referencias de los inve s t i gadores o
sobre los actuales sistemas de seguimiento y evaluación de la producción científica,
por citar algunos ejemplos, no son difíciles de prever.
En estas condiciones, no serán tanto razones tecnológicas, sino más bien intereses
comerciales, políticos o ideológicos los que podrán impedir o retardar que se
vayan convirtiendo en realidad las pretensiones enciclopédicas de la utopía iluminista
relativas a la socialización del conocimiento.
Otro uso científico de estos recursos telemáticos, esta vez de especial interés
para el investigador social del lenguaje, está en relación con la naturaleza lingüística
de la mayoría de los productos comunicativos que se ofrecen, circulan o se acumulan
en cantidades ingentes en sistemas como Internet; unos productos que provienen de
personas o de colectivos humanos de la más variada procedencia social y cultural
que se sirven de la Red para toda clase de fines. Jamás un sociolingüista tuvo al
alcance de su mano un muestrario tan amplio y variado del lenguaje humano y
jamás, también, resultó tan fácil al inve s t i gador acceder a un banco de datos tan
inmenso sobre el lenguaje. Estas circunstancias están convirtiendo, pues, a esta clase
de redes telemáticas universalizadas en una de las más importantes fuentes de información
primaria relativa a los usos sociales del lenguaje; un inmenso banco de datos
sociales y lingüísticos a disposición de quien desee servirse de ellos como soporte
empírico para sus investigaciones. Si esto es así, no es difícil prever el alcance del
impacto que pueden tener tales posibilidades de la telemática sobre la investigación
sociolingüística del futuro.
Pero las repercusiones de las tecnologías telemáticas sobre la actividad científi c a
van, por supuesto, más allá de su impacto sobre los usos y prácticas inform a t ivas o
documentales. La disponibilidad y el acceso a la información almacenada en cualquier
otro luga r, significa también la disponibilidad y el acceso a multitud de herr a m i e n t a s
MIGUEL ÁNGEL SOBRINO BLANCO
174
de trabajo, como programas o dispositivos de la más variada utilidad para la inve s t i gación,
que por ser también productos informacionales pueden ser localizados, descargados
o manejados a distancia. Hoy existen tecnologías de red que permiten a cualquier
i nve s t i gador localizar, descargar o poner a disposición de otros cualquier programa o
recurso informacional que pueda ser de utilidad para su proyecto. Esto supone la posibilidad
de poner en manos del sociolingüista o de cualquier otro inve s t i gador social la
h e rramienta adecuada que en cada momento necesite para resolver sus problemas o
para proceder a su actualización a medida en que es mejorada.
La investigación científica siempre se caracterizó por ser una actividad productiva
en la que las personas o grupos que en ella participan necesitan constante y cotidianamente
compartir y contrastar los resultados del esfuerzo, individual o colectivo,
de producción de conocimiento. Cuando se alude el uso científico de infraestructuras
telemáticas como Internet resulta, por tanto, también obligada la referencia a las
facilidades de interconexión personal o grupal que estos sistemas ofrecen a la comunidad
científica. Hoy, en los entornos de inve s t i gación, es habitual el empleo de
herramientas comunicativas como el correo electrónico, los chats, las listas de distribución,
los foros virtuales especializados, etc. Estos y otros muchos recursos similares
de comunicación, hasta hace poco minoritarios, permiten satisfacer, de manera
más o menos inmediata, las necesidades de contacto e intercambio cotidiano de
i n f o rmación entre inve s t i gadores. La utilización cotidiana de estos recursos y la
generalización progresiva de estas prácticas de comunicación contribuye a multiplicar
y diversificar esos intercambios, a potenciar el desarrollo de redes o comunidades
virtuales de expertos y, en última instancia, a dinamizar los procesos de producción
intelectual del investigador social.
Sin embargo, cuando el acceso generalizado a estos útiles telemáticos comienza
a trasformar las prácticas tradicionales de comunicación científica del investigador,
el despliegue de infraestructuras de mayor capacidad17 augura ya nuevas y más profundas
alteraciones en estas actividades. Unos cambios que sobrevienen al amparo
del desarrollo de nuevas modalidades de contacto multimedia y de la generalización
de las nuevas prácticas individuales o grupales de investigación basadas en conceptos
como el de telepresencia. Con estos canales emergentes, la comunidad científica
comienza a disponer de nuevas generaciones de instrumentos que facilitan todavía
más el trabajo cooperativo, el contraste de experiencias o el trasvase de conocimientos,
la utilización individual o compartida de recursos remotos, o la distribución de
esfuerzos entre inve s t i gadores distantes que deseen articular sus conocimientos y
habilidades en torno a objetivos comunes o convergentes.
Ante tales perspectivas de futuro, a la investigación sociolingüística se le presenta
un doble reto. Por una parte, al igual que en cualquier otro ámbito de la comu-
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS TECNOLOGÍAS INFORMACIONALES Y SUS REPECURSIONES
175
17 Tómese como ejemplo Internet II.
nidad científica, el reto de esclarecer, entre otras cosas, cómo puede aprovechar en
su propio beneficio la capacidad de trasiego de grandes volúmenes de información,
las aplicaciones basadas en nuevos lenguajes de programación mejor adaptados para
manejar con mayor eficiencia cualquier clase de material científico, las posibilidades
de los nuevos recursos de teleinmersión o de los llamados laboratorios virtuales
que comienzan a proliferar. Por otra parte, el reto también de cómo afrontar el
importante papel que está llamada a jugar esa investigación social del lenguaje en el
proceso de semantización progresiva de una red cuya universalidad depende de que
se tome en cuenta la heterogeneidad lingüística de aquellos que la utilicen.
Estos avances relativos a la telemática se producen, sin embargo, al mismo
tiempo en que progresan otros desarrollos en las tecnologías relacionadas con la
información y la comunicación que también pueden afectar a la producción de conocimiento
científico. En último término, con independencia de la hegemonía tecnológica
de cada momento, el despliegue de las tecnologías informacionales es un proceso
histórico que tiende a conve rg e r, paso a paso, en lo que en conjunto podría
concebirse como una única infraestructura tecnológica de dispositivos interconectables.
En este proceso de convergencia los logros en cualquiera de los componentes
de ese macro-sistema informacional en gestación inciden sinérgicamente sobre los
demás, dando lugar al desarrollo de nuevas aplicaciones y utilidades, a veces insospechadas.
Si esto es así, la actual obnubilación telemática no debe hacernos olvidar
que otras tecnologías (como, por ejemplo, las relacionadas con las capacidades de
almacenamiento y distribución de información en soportes alternativos al transporte
de señal) pueden llegar a tener también una gran incidencia transformadora sobre las
actividades de producción científica del futuro18.
8. El escenario cognimático: la producción automatizada del conocimiento
científico
Si la telemática es la tecnología informacional de referencia que mejor puede
caracterizar el presente y el futuro inmediato, no es descabellado prever que, más
tarde o más temprano, llegará el momento en que será sustituida por otra que asuma
esa posición referencial en el imaginario social de la época.
MIGUEL ÁNGEL SOBRINO BLANCO
176
18 Por citar, a modo de ejemplo, sólo previsiones relativas a tecnologías implicadas en la disponibilidad
de información científica, como pueden ser los soportes de almacenamiento masivo, las proyecciones
auguran para el horizonte 2020 la disponibilidad de recursos con una capacidad que puede alcanzar los
100 terabytes a un coste bastante asequible (Paul Horn, vicepresidente de IBM y director de investigación
de la compañía), lo que equivaldría, según nuestros cálculos, a poner sobre la mesa del investigador
la información textual de una biblioteca con varias decenas de millones de volúmenes de mil páginas
cada uno, y ello sin aplicar todavía ninguna técnica de compresión. Fuente: Boletín de Redes 75
(http://www.ispjae.edu.cu/gicer/Boletines/3/bol75.htm).
La tendencia de la evolución histórica del progreso tecnológico humano apunta,
nos guste o no, hacia la automatización progresiva de tareas y actividades productivas
relacionadas con ámbitos cada vez más amplios de aquello que tradicionalmente
se consideraba como específicamente humano; y, en este sentido, el asalto a los
baluartes del conocimiento es la penúltima batalla. Si esto fuera así, no cabe duda de
que el impacto de las tecnologías capaces de procesar conocimiento sobre los procesos
de producción, gestión y manejo de los saberes científicos puede llegar a sobrepasar
los límites de lo que por el momento podamos imaginar19. Existen sobradas
razones para suponer que, en ese escenario de futuro a medio o largo plazo, tecnologías
como las relacionadas con la inteligencia art i ficial están llamadas a jugar un
papel muy relevante. No hay que olvidar que si la informática y la telemática convencionales
son tecnologías vinculadas al concepto de información, las tecnologías
relacionadas con la inteligencia artificial giran en torno al de conocimiento.
En el pasado, la automatización de las actividades elementales de calculo matemático
y de procesamiento lógico dio origen a la informática, y ya se aludió a cómo
la socialización posterior de estas capacidades tuvo y está teniendo profundas repercusiones
sobre la práctica científica. Más tarde la informatización de los procesos de
comunicación condujo a la emergencia de la telemática. Esta es una tecnología que
no sólo está todavía en las etapas iniciales de su desarrollo, sino que en adelante tendrá
que ser necesariamente articulada, en lo comunicativo, con novedosos productos
informacionales alternativos al transporte de señal para configurar un macrosistema
i n t egrado de comunicaciones como el que en su día predijo Nigel Calder (Calder,
1971); y se ha indicado también cómo la difusión social de estas tecnologías de
comunicación contribuirá a amplificar considerablemente las repercusiones sobre el
trabajo de producción científica. Ahora, la automatización creciente de los procesos
de reconocimiento, evaluación y decisión racional basados en el conocimiento, hasta
el momento reservados al componente humano de la actividad productiva, abre el
camino a lo que se podría denominar la c og n i m á t i c a. Su advenimiento despert a r á
forzosamente nuevas expectativas, ilusiones e inquietudes en la comunidad científica
actual; y esto será así por la mayor trascendencia de las implicaciones metodológicas
y epistemológicas que esta clase de tecnologías entraña, tanto para la praxis
del investigador como para el propio desarrollo futuro del conocimiento científico.
El origen de las ideas y los primeros intentos de desarrollo de aplicaciones relacionadas
con estas tecnologías cognimáticas se remontan a los albores mismos de la
informática. Las constantes alusiones a sus eventuales limitaciones y posibilidades y
el debate sobre los beneficios o riesgos que comportan para la ciencia pueden
encontrarse en la literatura histórica acumulada sobre la robotización, la cibernética
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE LAS TECNOLOGÍAS INFORMACIONALES Y SUS REPECURSIONES
177
19 A este respecto cabe recordar las probablemente premonitorias palabras de Albert Ducrocq escritas a
finales de los años cincuenta: “(…) llegará inexorablemente el momento en que el hombre ya no podrá
pensar en trabajar por sí mismo, debiendo remitirse a los robots (…)” (Ducrocq, 1959: 225).
o la inteligencia artificial. Hoy, cuando muchas de las aplicaciones entonces previstas
ya están operativas, y cuando también se vislumbra ya su masiva incorporación
al sistema tecnológico de las sociedades actuales, es necesario afrontar de nuevo
esas y otras viejas polémicas para ir más allá del conformismo, más o menos ilusionado
o más o menos resignado, que está acompañando a su progresiva utilización en
los procesos de producción automatizada de conocimiento social20.
Desde hace apenas una década son cada vez más numerosas las voces que, pensando
o no en la inteligencia art i ficial, sugieren ya que estamos pasando de una
sociedad de la información a una sociedad del conocimiento21. Con independencia
del sentido y alcance que se le otorgue a ese enunciado, es ésta una transición inevitable
que se produce como resultado de una exigencia productiva asociada a la lógica
de la competitividad que tiende a trasvasar el valor añadido de los actuales productos
y servicios, mayoritariamente basados en el manejo de la “información como
mero dato”, a otros productos y servicios social o productivamente más operativos
basados en el tratamiento automático de “conocimientos”. Sólo así parece que se
podrán resolver, entre otras, las dificultades inherentes a la creciente sobreinformación
que desborda las capacidades humanas para localizarla y evaluarla con criterios
de utilidad, o para procesarla eficazmente. Sólo así, también, se podrán afrontar con
éxito los retos que presenta la universalización de las prácticas de comunicación
informatizada entre personas y colectivos lingüísticamente heterogéneos o con intereses
o necesidades sociales de información muy dispares. Sólo así, en fin, podrían
afrontarse muchas de las dificultades que se le presentan al investigador social actual
como consecuencia de utilizar las nuevas herramientas.
Es fácil observar que, sin esta clase de tecnologías capaces de procesar conocimiento,
está resultando cada vez más difícil manejar y aprovechar con eficiencia las
ingentes cantidades de información que diariamente se acumulan en el giga n t e s c o
sistema telemático que estamos construyendo; siendo éste un problema que se agrava
con el paso del tiempo y de cuya solución depende el normal funcionamiento de
sectores estratégicos para el desarrollo social, como es el caso de la propia producción
científica de conocimiento.
En otro tiempo, la solución de los problemas del investigador pasaba por superar
las dificultades que entrañaba el acceso a los soportes existentes en algún lugar
que pudieran contener información relacionada con aquello que se investigaba. Ahora,
cuando esta información es cada vez más abundante, tiende a ser más compartida
y es más asequible, la solución de esos problemas pasa por seguir transfiriendo a las
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20 Sobradas razones para ello se pueden encontrar en el debate epistemológico que enfrenta a la dialéctica
con el positivismo en el seno de las ciencias sociales (Adorno, Popper, et al., 1973).
2 1 El debate acerca de si tiene o no sentido hablar de esta transición está todavía abierto (Courr i e r,
2000; Montuschi, 2001).
máquinas cada vez más capacidades de decisión. Decisiones basadas siempre en juicios
“racionales” que la inadecuación tecnológica obligaba y obliga a mantener todavía
como prerrogativas del especialista humano, en tanto que único agente productivo
poseedor de un conocimiento capaz de discernir entre la información que le
puede ser útil y la que no, la que puede estar implícitamente relacionada con tal o
cual cosa, etc.22.
Para solucionar estos y otros nuevos problemas relacionados con el desbordamiento
de las capacidades humanas, el desarrollo tecnológico pasa actualmente por
la puesta a punto de aplicaciones basadas en inteligencia art i fi c i a l2 3 y, en ciert o
modo, por la difusión misma de su uso entre la comunidad científica. Algunas de
estas aplicaciones están diseñadas a partir de conceptos de ya larga tradición como
el de sistemas expertos, unas tecnologías informacionales que operan intentando
modelizar el conocimiento de los mejores “especialistas humanos” en un determinado
campo del saber24; o a partir de otros conceptos más actuales como el de agentes
tecnológicos intelige n t e s (Janca, 1996), unos productos informacionales cada ve z
más eficientes, que pueden resultar útiles para ejecutar, de manera autónoma, determinadas
tareas para el inve s t i ga d o r2 5. No menos interés tienen también para la
i nve s t i gación científica las t e c n o l ogías neurónicas (Hilera & Martínez, 1995) que
p e rmiten el desarrollo de autómatas capaces de incrementar su conocimiento
“aprendiendo por sí mismos” a partir de la acumulación de observaciones, casuísticas
o de ejemplos concretos. Cabe mencionar todavía las sofisticadas herramientas
de simulación de procesos dinámicos en sistemas complejos; estas tecnologías son
utilizadas en climatología, biología, ecología, economía, etc., para la validación de
teorías e hipótesis o para la predicción del comportamiento de los fenómenos que
modelizan. Nada impide que recursos como estos puedan ser empleados también
para la simulación de fenómenos sociolingüísticos. Por último, hay que tener en
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22 A este respecto cabe hacer, cuando menos, una mera mención a la relevancia que están teniendo los
recientes avances en ámbitos como el de la lógica borrosa, el de la modelización lógica y matemática
compleja o el de los nuevos lenguajes de programación (como es el caso, por ejemplo, del DAML) que
están orientados al procesamiento semántico de grandes cantidades de información heterogénea.
23 De la extensa la bibliografía sobre el tema, cabe destacar como referencia introductoria la revisión
que sobre el tema hace Pamela McCorduck (1981).
24 Esta clase de sistemas “inteligentes” se utilizan en medicina, en seguridad nuclear, en economía, etc.
Pero empiezan a comercializarse en forma de aplicaciones más asequibles, algunas de utilidad para la
investigación; tal es el caso, por ejemplo, de “Methodologist’s Toolchest”, una herramienta comercial
de apoyo al diseño metodológico que pretende modelizar, por el momento con más ambiciones que
prestaciones, el proceso de investigación científica (http://www.scolari.co.uk/toolchest/toolchest.htm).
25 Como ejemplos, podría citarse los llamados knowbots que se utilizan para el rastreo de informaciones
o conocimientos a través de la Red (Eliza, Letizia, Newstraker, etc.) y otros desarrollos más directamente
vinculados con la simulación de comportamientos sociales (Dautenhand, 2000).
cuenta que todas estas tecnologías “inteligentes” pueden y tienden a articularse unas
con otras en sistemas cognimáticos más complejos; o, como ya está aconteciendo, y
es lo más probable desde el punto de vista de su difusión y disponibilidad en el próximo
futuro, comiencen a vulgarizarse como módulos o componentes “inteligentes”
de productos informáticos o telemáticos más convencionales.
El resultado de estos avances tecnológicos es la aparición y difusión progresiva
de una generación de herramientas de trabajo científico, calificadas como “inteligentes”,
que incorporan la competencia automatizada necesaria para procesar eficazmente,
y con cierta autonomía, cualquier clase y cantidad de datos en términos de
conocimiento útil para los propósitos de la investigación. Toda esta parafernalia que
viene a amplificar las capacidades ya existentes, sustituyendo o fagocitando progres
ivamente a la tecnología informática convencional, está haciendo posible el desa
rrollo de procesos de producción de conocimiento cada vez más automatizados;
tendencia de la que no quedarán excluidas, por razones obvias, las actividades de
producción de conocimiento relacionada con la investigación social o lingüística.
La proliferación de tales procesos de producción automatizada es también una
consecuencia lógica de las facilidades que ofrece la infraestructura telemática para
la captura y localización de datos medioambientales, biológicos, económicos, sociológicos,
geográficos, lingüísticos, etc. Razones de competitividad o el interés social
de determinadas aplicaciones justifican que este acopio o rastreo automatizados de
información tenga su continuidad en sistemas capaces de procesarla de manera autónoma,
generando diagnósticos o predicciones con el rigor de un especialista. Sistemas
con prestaciones como las descritas son ya una realidad en forma de aplicaciones
operativas orientadas a la vigilancia del entorno natural, al análisis e
interpretación de datos biológicos, al control automático de las comunicaciones, a la
optimización de mercado, o al diagnóstico y seguimiento de otros muchos fenómenos
naturales y sociales. Cuando están bien diseñados –y si no lo estuvieran todavía,
tarde o temprano acabarían estándolo– nada podrá impedir que estos “observatorios
automatizados” de lo natural o de lo social acaben generando un conocimiento equip
a r a ble al que podría ofrecer cualquier equipo humano de inve s t i gación científi c a
implicado en proyectos que persigan idénticos objetivos.
9 . C o n s i d e raciones finales sobre la automatización de la inve s t i gación social
Afortunadamente, el universo de lo que es científicamente investigable en cualquier
área del saber es, y seguirá siendo, tecnológicamente inabarcable. En consecuencia,
siempre habrá ámbitos de conocimiento científico a los que la tecnología, si
llega, por muy sofisticada que sea, lo hará algunos pasos por detrás de un ser humano
dotado de sabiduría suficiente como para identificar nuevos horizontes científicos
a los que remitirse. El problema estriba en que esa misma sabiduría está hoy tan
fragmentada e instrumentalizada que impide al científico actual, en tanto que sabio
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tecnologizado, plantearse cuestiones tan cruciales como la relativa a la congruencia
de sus objetivos de conocimiento científico con su propia condición ex i s t e n c i a l ,
como miembro de una comunidad humana cada vez más universalizada en la que
confluyen intereses sociales contrapuestos.
La historia de la producción de conocimiento científico es también la historia de la
continua transferencia a la comunidad de ese conocimiento en forma de saberes útiles
que justifican socialmente la existencia de la propia actividad científica y de todo el
complejo productivo que la sustenta. Pero, además, es la historia de la reiterada i n s t r um
e n t a l i z a c i ó n de esos saberes a favor de intereses que pasan como generales cuando, en
última instancia, corresponden al modelo de desarrollo social y tecnológico que se prom
u eve desde una determinada visión del mundo. Un mundo plural en el que coex i s t e n
visiones altern a t ivas desde las cuales cabe también definir legítimamente prioridades
acerca del uso social al que se deberían destinar los recursos disponibles para la inve s t igación
científica. La manera en que se definen actualmente esas prioridades remite a un
modelo determinado de desarrollo científico que no tiene por qué ser compartido. Servirse
de las herramientas existentes no implica necesariamente ni que el inve s t i gador se
resigne a aceptar sin más ese modelo como el mejor o el único posible, ni que el saber
que con ellas se genere no sea un conocimiento científicamente válido.
Cuando se trata de la producción automatizada de conocimiento instru m e n t a l ,
a s egurar esa validez no plantea mayor problema que el ajustar el sistema tecnológico
para garantizar unos niveles de rigor equiparables a los exigidos para las producciones
c i e n t í ficas del inve s t i gador humano. Ahora bien, cuanto se trata la producción automatizada
de conocimiento científico relativo a lo social, la propia naturaleza dialéctica
del objeto al que se refiere hace que ese conocimiento sea en sí mismo contradictorio
y, en consecuencia, esta circunstancia no puede ser ignorada en la va l i d a c i ó n .
Por tanto, ante la eventualidad de que tecnologías de producción automatizada
de conocimiento como las anteriormente descritas vayan ir rumpiendo en los procesos
de inve s t i gación social del lenguaje, cabe reclamar al menos una perm a n e n t e
actitud de vigilancia crítica por parte del inve s t i gador respecto al utensilio que
maneje; sólo así estará en condiciones de poder evaluar el trasfondo epistemológico
al que remiten tanto el saber que sirve de base al funcionamiento de las herramientas,
como aquel que será generado por las mismas.
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