Por: Ana Balbás Giménez


Introducción
Los nuevos medios están saturando nuestras vidas de comunicación e información. Si bien los medios de comunicación de masas, cuyo máximo exponente ha sido la televisión, han ocupado y siguen ocupando un papel central en la vida de los ciudadanos como fuente de transmisión de información y cultura, el acceso cada vez más extendido a los ordenadores personales y las posibilidades interactivas, productivas y creativas que brindan el multimedia –o hipermedia, como lo denominan algunos- e Internet están llenando de datos y de posibilidades comunicativas parcelas de nuestra existencia cada vez más amplias. Al mismo tiempo que expande su presencia, la informatización está transformando los modelos de comunicación y de representación de las sociedades postindustriales. El flujo constante de información y comunicación tiene cada vez más un carácter de interacción recíproca. La vida cotidiana, el mundo del trabajo y los modelos culturales se están viendo trastocados de un modo que no sin razón se ha calificado de revolucionario.

Para tratar siquiera de aproximarse al potencial saturador y transformador que la informatización puede tener –y está teniendo ya pero aún de un modo incipiente- sobre el individuo, la sociedad y la cultura, debemos no perder de vista dos cuestiones cruciales. Por un lado, el hecho de que los medios informáticos afectan a todas las fases de la comunicación, abarcando unos procesos de producción, de distribución y de consumo cada vez más participativos e interactivos. Ello ha llevado a algunos a afirmar que los nuevos medios ofrecen unas posibilidades creativas inexistentes en los “viejos” medios. Por otro lado, en los nuevos medios se reúnen los lenguajes expresivos de todos los medios anteriores. Si bien es cierto que la profundidad de las transformaciones que está creando la informatización en las sociedades actuales es casi indiscutible, también lo es que muchas de las formas y lenguajes comunicativos que hoy se utilizan mediante el ordenador ya estaban presentes en anteriores medios. Aunque también es cierto que el ordenador las redefine. O, como señala Callejo, “engulle otros medios” (Callejo, 2001). Textos, imágenes fijas y en movimiento, sonidos, la palabra escrita, la voz, sistemas de almacenamiento de datos, en fin, sistemas de representación. La prensa, la radio, la fotografía, el cine y la televisión han empleado uno u otro lenguaje en distintos momentos históricos, pero tanto los avances tecnológicos como el desarrollo de las sociedades hacia unos modelos económicamente más avanzados, políticamente más democráticos y culturalmente más orientadas al consumo han hecho que los medios más nuevos fueran integrando los sistemas de representación de los anteriores, incrementando con ello su capacidad expresiva. Manovich lo expresa del siguiente modo: “La informatización de la cultura no conduce sólo al surgimiento de nuevas formas culturales, como los videojuegos o los mundos virtuales, sino que redefine los que ya existían, como la fotografía o el cine” (Manovich, 2005). Y ello hasta llegar al ordenador y a los sistemas multimedia, que integran todos los lenguajes y formas expresivas anteriores. El ordenador, al traducir a datos numéricos todos los medios –fotos, imágenes en movimiento, sonidos, textos- se convierte en un procesador de otros medios. Pero, y esto sí es una innovación crucial, todo ello con unas posibilidades comunicativas que expanden la interactividad a casi todos sus procesos y permiten una participación y expresividad del individuo hasta ahora escasa y minoritaria.


I. Los nuevos medios de comunicación
La rapidez y profundidad de los cambios en el ámbito de la informática y de las redes de comunicación que están acaeciendo en este inicio de siglo puede hacernos olvidar que la informatización de la comunicación, de la sociedad y de la cultura no es un fenómeno que haya surgido de pronto. Nos referimos a ese conjunto de fenómenos y de procesos que comenzaron hace más de un siglo y que John B. Thompson denomina “mediatización de la cultura” (Thompson, 1998). El crecimiento y la consolidación de las empresas e industrias mediáticas, la globalización de la comunicación y el desarrollo de formas de comunicación mediáticas electrónicas a lo largo del siglo XX supusieron una transformación de la organización espacial y temporal de la vida social, creando nuevas formas de acción e interacción y de relación con uno mismo. Pero es a partir de los años cincuenta cuando se empieza a producir un cambio en la economía desde un modelo basado en la producción hacia una economía de la información y los servicios que no ha hecho sino consolidarse en lo que desde la economía –pero no sólo- se denomina globalización, en sociología Daniel Bell llamó la sociedad postindustrial y que, en el ámbito de la cultura y ya desde los años ochenta, se ha denominado postmodernidad. Como señalan Abruzzese y Miconi, “los nuevos medios son a la postmodernidad lo que la televisión fue a la modernidad” (Abruzzese y Miconi, 2002).

Los nuevos medios obedecen a una lógica propia de las sociedades postmodernas o postindustriales, una lógica cultural que se define, entre otros rasgos, por la adaptación al individuo en vez de a la estandarización masiva y por la imposición de una velocidad de cambio que está más allá de la capacidad de adaptación de una sola vida. Esta idea de cambio e innovación permanentes de las tecnologías sobre todo informacionales en las sociedades postindustriales la condensa como ninguna otra una famosa frase de Marx para referirse a la constante necesidad del capitalismo de transformar y revolucionar las estructuras productivas, frase que luego daría título a un hermoso libro de Marshall Berman (1983): “Todo lo sólido se desvanece (o funde) en el aire”.

Pero antes de seguir adelante en nuestro intento de comprender cómo los nuevos medios están ya empezando a dibujar una existencia nueva y unas formas culturales distintas de las conocidas hasta ahora, debemos detenernos en la definición de unos conceptos que, aunque cada vez se manejan con mayor familiaridad, no siempre se emplean con idéntico significado e intencionalidad. Interactividad, multimedia, hipermedia, Internet, las interfaces entre el hombre y el ordenador, vídeo digital, hipervínculo, videojuegos, blogs. Términos que la comprensión popular de los nuevos medios identifica con el uso del ordenador para la distribución y consumo, más que con la producción o como dispositivo de almacenamiento. Si bien a algunos de estos términos nos referiremos de manera explícita a lo largo de este texto –momento en el que precisaremos el sentido en el que se emplean- aquí vamos a referirnos a dos términos que se encuentran intencionadamente referidos en el título de este trabajo y a los cuales consideramos centrales en una aproximación a los nuevos medios de comunicación social. Dichos conceptos son los de interactividad y multimedia.


II. Interactividad y multimedia: expresión en los nuevos medios
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) están generando un nuevo paradigma de transmisión y construcción de conocimiento. Las TIC ofrecen la posibilidad de una presencia y una participación continuada del usuario y desdibujan los roles tradicionales de emisor y receptor. Esta capacidad de interactuar con los contenidos de la web lleva a que el término interactividad no se emplee siempre del mismo modo o para referirse a las mismas acciones y recursos.

El concepto de interactividad en sentido literal alude a una conversación bidireccional receptor-emisor, que puede por tanto permitir un cambio de roles. No toda la comunicación mediada por la red es interactiva. Los receptores de los mensajes de Internet no siempre pueden convertirse o se convierten en emisores, como ocurre en el caso de la recepción de anuncios publicitarios a través de la red, para los que no hay respuesta, a no ser, claro, que intenten vendernos alguna cosa y nos dejemos llevar por el impulso consumista, lo que no resultaría extraño hoy en día. Tiene que darse esa bidireccionalidad emisor-receptor para que exista interactividad, y ese posible intercambio de papeles. Puede establecerse una tipología de las formas de interactividad en función de los dos criterios siguientes.

Considerando si la relación se establece con una máquina o entre dos o más personas, el término interactividad se referiría así bien a la relación de diálogo entre personas y máquinas por medio de dispositivos técnicos, bien a la relación recíproca entre un emisor y un receptor.

Desde un punto de vista cuantitativo y con relación al nivel de potencial de interactividad, pueden establecerse distintos niveles de intervención del usuario. Un primer nivel de interactividad ofrece al usuario mecanismos de contacto con el responsable de una web. El correo electrónico sería el recurso más básico de interactividad, y el flujo comunicativo está sometido a la voluntad de las partes. Un segundo nivel de interactividad permite al usuario participar en alguna actividad propuesta por los emisores y siguiendo unas pautas marcadas previamente. Los juegos y las actividades en línea serían los exponentes más claros de este grado interactivo. El tercer nivel permitiría al usuario generar contenidos de una forma controlada por los responsables de las web o emisores o exponer públicamente opiniones. La grabación en CD-Rom y DVD de contenidos existentes, por un lado, y los chats y los foros de opinión o discusión sobre temas determinados ejemplificaría este tercer grado de interactividad. Por último, existe un cuarto nivel en el que el usuario participa directamente en la génesis de los contenidos, mediante programas de programación y diseño que dan cabida a unas posibilidades creativas inéditas. Las posibilidades innovadoras de construcción de conocimiento permiten llevar las potencialidades de la red a sus últimas consecuencias. El entorno de la realidad virtual es el que se considera el de mayor grado de interactividad, al ofrecer al usuario la posibilidad de modificar y/o generar contenidos, sean éstos elementos textuales, audiovisuales, situaciones, personajes o ambientes. Así, se ha dicho del género de los videojuegos –si es que puede llamarse sólo género y no ‘esa otra realidad’- que “es acaso el que más interrogantes plantea dentro del concepto de ‘cultura visual digital’. La tarea dirigida a la comprensión de su forma y estilo, de sus modalidades y prácticas de producción y de las actividades de contemplación que genera apenas ha comenzado” (Darley, 2002).

Refiriéndonos ahora exclusivamente a la relación entre la persona y la máquina, habría que destacar el hecho de que esta relación requiere tanto del hardware o de dispositivos que permiten la comunicación entre el sujeto y la máquina como de programas y aplicaciones al alcance del usuario. El diseño de los programas y aplicaciones y, muy especialmente el modo en que se le presenten al usuario -lo que se conoce con el nombre de interfaz-, constituyen los recursos de acceso a enormes cantidades de material mediático existente en la red y de circulación, manejo y clasificación de dichos materiales. La eficacia de los recursos de acceso y circulación radica en su capacidad para implicar al usuario, es decir para propiciar la interactividad, y determinan que el usuario permanezca en esa zona o que opte por otros programas, buscadores o aplicaciones.

Si bien las interfaces nos abren la puerta al mundo de los nuevos medios informáticos, el hipertexto y los hipervínculos permiten buscar, asociar, filtrar y clasificar la información, información que cada vez está constituida en mayor medida por imágenes fijas e imágenes en movimiento, sonido, voz y realidad virtual, además de textos escritos. Pero el hipertexto es aún más, es una compleja estructura arbórea o de ramificaciones que se sustenta sobre elementos de muy distinto signo que deben conformar un todo integrado que tenga en cuenta la estructura interna de la información, su estructura externa, la estructura de presentación de la información, los posibles contextos socio-culturales psicológicos y las posibles necesidades de los distintos usuarios, etc. El hipertexto permite no sólo moverse por el programa o aplicación, navegar por la información y explorar rutas, sino que además ofrece la posibilidad de visualizar información multimedia, hacer búsquedas directas, encontrar información relacionada y recuperar información, todo ello mediante el empleo de filtros y adaptaciones personalizadas que puede establecer el propio usuario. El hipervínculo, punto de partida de los medios interactivos, realiza los procesos de asociación para el usuario.

Hasta hace no mucho se empleaba indistintamente el término multimedia para referirse bien a la combinación de ordenador, teléfono y televisión que se ha ido imponiendo en los últimos años, bien a las corporaciones propietarias de diferentes medios de comunicación, alguno de ellos relacionado con las nuevas tecnologías o la informática. A finales de los ochenta, Apple comenzó a promocionar el concepto de la informática multimedia, y en 1991 lanzaba el programa QuickTime, que permitía reproducir películas en el ordenador personal. Si bien en un principio el ordenador no desempeñó este nuevo papel demasiado bien, en estos últimos años las aplicaciones y los programas junto con la creciente capacidad del hardware han ido evolucionando a tal velocidad que hoy la pantalla del ordenador no sólo ha igualado en recursos técnicos y en calidad visual a la pantalla de cine sino que permite modificar lo grabado, fotografiado o diseñado sin apenas límites técnicos y expresivos. Pero todo se transforma rápidamente y ya casi hemos dejado de hablar de multimedia en el primer sentido mencionado para pasar a hablar de hipermedia. Con respecto al multimedia, al hipermedia se le ha incorporado la capacidad de interconectar no sólo textos sino enlazar digitalmente información de diferentes medios y elementos del lenguaje audiovisual como son textos, imágenes fijas o en movimiento (como el vídeo o la animación), audio (música, voz, efectos, etc.). A finales de los años noventa, los principales buscadores de la web ya incluían la opción de buscar en Internet por soportes específicos, como imágenes, vídeo y audio.


III. Las teorías sobre los medios de comunicación

Algunos defensores a ultranza de los nuevos medios nacidos al albor de Internet, aducen que la interactividad es la característica diferenciadora de los nuevos medios frente a los viejos. Por su parte, las empresas e instituciones educativas también publicitan el término en sus páginas web como un estímulo para captar clientes. La interactividad se ha convertido, pues, en la nueva bandera para defender o promocionar el ciberespacio e Internet. Pero como ya vimos y veremos con mayor profundidad, no toda la comunicación mediada por Internet y las nuevas tecnologías es interactiva. Muchas personas utilizan los ordenadores como pantalla de televisión o de cine, como aparato de radio, como soporte de periódicos y revistas, como base de datos, como agencia de viajes, como establecimiento comercial o simplemente como medio para pasearse por la red y ver cosas. Sólo algunos lo emplean para experimentar, para comunicarse con otras personas en vez de usar el correo postal o el teléfono, y muy pocos para crear. Pero cada vez hay más de estos últimos, y por ello se está hablando ya de una nueva cultura digital, de una cultura visual digital, incluso de una nueva democracia electrónica.

Mucho tiempo antes de que el término interactividad entrara en nuestro lenguaje cotidiano tras la expansión de Internet, el uso masivo de los móviles y el arranque de la televisión ‘a la carta’, existía ya una larga tradición crítica que afirmaba que la comunicación que establecen los medios de comunicación está limitada a una dirección única. Desde que aparecieron, los medios de comunicación de masas han sido atacados aduciendo que su acción debilitaba los lazos y estructuras sociales. Desde que empezaran a publicarse libros y novelas, siempre se han alzado voces acusándoles de su capacidad para corromper las vidas y las conciencias de los ciudadanos. Todos los medios han tenido sus críticos: los primeros periódicos, las películas de Hollywood desde el inicio del siglo XX hasta hoy, los tebeos infantiles, la alienante televisión, los videojuegos violentos, y ahora los ordenadores. El ascenso de los regímenes totalitarios en Europa en las primeras décadas del siglo XX cortó de raíz las esperanzas puestas en unos medios de comunicación capaces de propiciar el desarrollo de las libertades individuales en unas sociedades más democráticas. Desde entonces, una y otra vez los medios han sido considerados una amenaza y un peligro. Pero una amenaza y un peligro ¿para qué y para quién? Algunos de los principales argumentos de los críticos de los medios han sido los siguientes:

• Fomentan la pasividad de la audiencia pues no exigen ningún esfuerzo, todo se les da hecho.
• Incrementan la delincuencia, la violencia y la crisis moral: los medios difunden valores populares y no fomentan la cultura.
• Son el principal canal de transmisión de la trivialización que caracteriza nuestra hedonista sociedad. En palabras de un crítico como Neil Postman, estamos “divirtiéndonos hasta morir”, incluso en un ámbito de tan enorme trascendencia como es el educativo.
• Promueven la mercantilización de los contenidos y los valores comerciales por encima de cualquier contenido formativo, y esto ha conducido a una “cultura publicitaria” en la que todo espacio mediático tiene su patrocinador. La comunicación es cada vez más fomento del consumo.
• Los medios manipulan a las masas y fomentan el conformismo social y político.
• Ofrecen una “simulación” del mundo y la realidad deja de tener relevancia. Nos saturan de imágenes y de realidades que no existirían si los medios no estuvieran allí para contarlos.

Antes de comenzar una reflexión en torno a las limitaciones que las aproximaciones teóricas y metodológicas sobre los medios de comunicación elaboradas hasta ahora presentan a la hora de analizar los nuevos medios, conviene señalar que las distintas disciplinas desde las que se ha acometido el estudio de los medios de comunicación no han desarrollado a lo largo de su historia métodos o técnicas específicas y diferenciadas para su estudio. Han recurrido principalmente a los métodos de las ciencias sociales, en concreto de la sociología. Sin embargo, en lo que sí ha habido diferencias considerables es en el enfoque que adoptan los científicos sociales y de la comunicación y el promulgado por los profesionales de los medios. Entre estos últimos está muy extendida la creencia en la potencia de los medios de comunicación social para ejercer influencia en sus audiencias. Se piensa además que se trata de una influencia perdurable de los medios sobre las personas y las estructuras sociales. En su opinión, los medios conforman a corto y medio plazo modas, gustos, normas morales y, en conjunto, un sustrato que alimenta la formación de culturas populares.

Desde un punto de vista sociológico y cultural, los medios de comunicación son, por un lado, instrumentos de control y, por otro pero no menos importante, instrumentos de cambio social que deben ser vistos y analizados en el marco de la sociedad de su tiempo y siempre en contraste con el presente, pues los medios han ido progresivamente incorporando lenguajes, contenidos, modos de expresión y estrategias de comunicación, y sin duda de persuasión, que ya estaban presentes en medios anteriores. Así, la investigación sobre los medios debe prestar atención a los contenidos de los mensajes mediáticos, al modo en que se elaboran esos mensajes y a la manera –o maneras- en que son asimilados –o rechazados- por las audiencias. A continuación trataremos de vislumbrar cuáles son algunas de las insuficiencias teóricas y metodológicas que los principales enfoques desde los que se ha abordado el estudio de los medios de comunicación ofrecen para el análisis de los nuevos medios en la sociedad y la cultura actuales.

La primera teoría sobre los medios de comunicación, a principios del siglo XX, fue la conocida como teoría de la bala mágica, de la aguja hipodérmica o modelo de los “efectos hipodérmicos” de los medios. Se trata en realidad de un modelo simple sobre la propaganda mediática que asume que las personas ante los medios son seres pasivos y que el mensaje de los medios ejerce un impacto directo sobre ellas. Es decir, los mensajes de los medios ejercen una influencia directa sobre una sociedad de masas y tienen unos efectos sobre ella que pueden definirse como uniformes y poderosos. A pesar de que algunos autores aún la defienden –especialmente entre los que consideran que los medios de comunicación corrompen a los ciudadanos-, esta explicación del modo de operar de los medios ha sido muy rebatida por los estudios sociológicos.

Las teorías funcionalistas vinieron a sustituir al modelo hipodérmico durante los años cincuenta, al analizar los modos en que los medios de comunicación constituían un factor integrador de la sociedad, aunque también analizaron los efectos de los medios en ese proceso de integración. Si se considera a los medios de comunicación como una parte del sistema social, éstos pueden aportar información, educación, entretenimiento y diversión. Entre las funciones de los medios de comunicación con mayor relevancia se han señalado la función de vigilancia, al aportar información sobre el mundo en el que vivimos; la función de adjudicación de estatus, pues las personas, asuntos públicos, organizaciones o movimientos sociales que aparecen en los medios son más conocidos y prestigiados que aquellos que permanecen ocultos para los medios; la función de presión para la aplicación de normas sociales, pues al hacer públicas una serie de normas se reduce la distancia entre las actitudes privadas y la moralidad pública; la función de transmisión de cultura, dado que los medios se han convertido en agentes de socialización; y, por último, la función narcotizante, ya que la avalancha de información puede conducir a la trivialización de asuntos cuya relevancia se pierde en la necesaria superficialidad con que son tratados entre tanta información aparecida. Si bien las funciones señaladas constituyen una buena descripción del modo de operar de una institución social como son los medios de comunicación –descripción que sigue teniendo validez en alguna de sus aportaciones- las teorías funcionalistas no han sido capaces de explicar la capacidad de atracción que tienen los medios sobre las personas y las complejas interrelaciones que mantienen con la sociedad, la cultura, la economía y la política.

Las teorías sobre el conflicto social y los medios de comunicación han tenido su epicentro en Europa y consideran que los medios están en manos de las clases dominantes, que los utilizan como instrumento para servir a sus propios intereses. Así, los medios juegan un papel fundamental en la transmisión de ideologías. Las teorías sobre el conflicto social destacan un asunto que cada vez cobra mayor profundidad y actualidad: el hecho de que los medios, al perseguir el beneficio empresarial, acaban integrándose en gigantescas redes empresariales interconectadas que copan todo el espectro informativo. El enfoque de la economía política de los medios de comunicación responde a estos parámetros.

Dentro aún del ámbito de las teorías del conflicto, los teóricos críticos alemanes Adorno y Horkheimer, pertenecientes a las primeras etapas de la Escuela de Frankfurt, llamaron la atención en su obra Dialéctica de la Ilustración, publicada por primera vez en 1944, sobre el desarrollo de la “industria de la cultura” la cual, mediante el recurso a productos poco exigentes e iguales para la gran mayoría, socava la capacidad que tienen los individuos para desarrollar una forma de pensar crítica e independiente y “transmite las puras motivaciones de beneficio económico a las formas culturales”. La verdadera cultura se disuelve frente al gran mercado. El mundo de los medios está saturado de banalidad, y “los productos mediáticos son mercancías y las personas pierden su valor” (Adorno y Horkheimer, 2005). El análisis de la realidad, y la crítica de la razón instrumental que domina las formas más sutiles del poder mediático, revelan un hombre cada vez más sometido por poderes que lo dominan y que quedan fuera de su control. La “industria cultural” –es decir, la cultura del sistema capitalista o de la sociedad de mercado- produce aburrimiento, conformismo y huida de la realidad. Los medios de comunicación adormecen a las masas, imposibilitando así no sólo el pensamiento crítico sino cualquier tipo de pensamiento. La manipulación a la que nos ha sometido la industria cultural nos ha introducido en un mundo de falsas necesidades. Moldea los gustos y preferencias e incita al consumo y a la integración en el orden social existente.

El sociólogo alemán Jürgen Habermas, vinculado a la escuela de pensamiento social de la Escuela de Frankfurt, ha señalado el declive de la esfera pública, arena de debate público en la que pueden surgir las ideas y las opiniones y que se fraguó en los salones y cafés de las grandes ciudades europeas. Hoy tales debates se han reducido debido al colapso de esta esfera en los medios de comunicación de masas. Las sociedades sólo podrán avanzar si las personas son capaces de despojarse de sus irracionalidades, impuestas en parte por los mensajes mediáticos. Se trata de una postura que incide en uno de los rasgos con los que se suele caracterizar a las sociedades actuales, el individualismo, pero que tal vez habría de ser replanteada a la luz de las posibilidades participativas que ofrecen los nuevos medios de comunicación.

Desde el interaccionismo simbólico, Herbert Blumer fue uno de los primeros sociólogos que llevó a cabo investigaciones, en los años veinte, sobre los espectadores de cine. Conocidos como los Estudios de Payne, utilizó las técnicas de la autobiografía, la encuesta, el grupo de discusión y la observación participante. A finales de los sesenta y principios de los setenta, el fortalecimiento del interaccionismo simbólico y la ascensión de la etnometodología en Estados Unidos introdujeron la perspectiva interpretativa en el análisis de los medios de comunicación. El énfasis se ponía ahora en la interacción y se comenzó a pensar que los valores y las actitudes compartidos por una determinada comunidad estaban en relación con las situaciones socialmente dadas. La contribución conceptual más relevante de esta perspectiva interpretativa fue el hecho de que dejó de considerarse al espectador de los medios de comunicación como un sujeto pasivo en que los medios vertían sus contenidos, sus mensajes. Denzin criticó duramente a Blumer por eludir el estudio de los contenidos de las películas y por su postura sobre el texto como no problemático. Pero si bien los primeros estudios de Blumer pecaron de una cierta simplicidad, también es cierto que fue el primero en considerar seriamente la respuesta de la audiencia. Norman Denzin se ha centrado en la importancia de las películas para comprender la vida del siglo XX. Considera que el cine es el modo principal de narrativa del pasado siglo. Habla de la “sociedad cinemática”, la cual ha promovido una sociedad visual, una sociedad cada vez más voyeurista.

Desde la década de los ochenta, un grupo de nuevos teóricos sociales, los teóricos de la postmodernidad, ha señalado el papel central de los medios de comunicación en nuestras vidas. Han sugerido que vivimos cada vez más a través de los productos de los medios de comunicación, que han pasado a tener una existencia propia. Somos consumidores de medios, y los mensajes de los medios se convierten en una nueva forma de realidad. Baudrillard cree que la “simulación” se ha convertido en el centro de la vida social (Baudrillard, 1991). Lo que ocurre realmente en el mundo ya no interesa porque vivimos un mundo tan “mediado por los medios” que la realidad pierde entidad. Todo lo que nos queda es un mundo de signos e imágenes creados por los medios. Todo lo que conocemos es la hiperrrealidad que los mensajes mediáticos nos transmiten. Antes, los medios de comunicación intentaban ofrecer copias de la realidad, pero ahora son su propia realidad. Ahora todo se reproduce –acordémonos de Benjamín- ya sea en vídeo, televisión, CD o películas, y podemos ver las mismas imágenes una y otra vez. Este enfoque destaca por prestar una gran importancia a las imágenes, algo cada vez más evidente en nuestra sociedad, pero presenta una limitación doble. Por un lado, presupone que aquellos que tienen acceso a los medios de comunicación son incapaces de distinguir entre los signos y la realidad. Y, por otro, no recala en el hecho de que una parte importante de la población mundial no tiene acceso a los medios de comunicación de masas –aunque se va extendiendo el número de personas que sí van accediendo a los nuevos medios, o a parte de ellos, como los teléfonos móviles e Internet.


IV. Contenidos y audiencias en los nuevos medios
A lo largo de esta exposición hemos podido observar cómo se ha ido perfilando el modo en que el análisis de los medios se dirige hacia tres grandes temas: los códigos, la codificación y la descodificación. En otras palabras, los contenidos de los medios y su organización, en segundo lugar los modos en que se generan esos contenidos o textos mediáticos y, por último, el proceso por el que comprendemos un mensaje, ya sea escrito, sonoro o visual, es decir, el estudio de las audiencias. Con respecto al segundo de los elementos mencionados, el modo de generar contenidos por los medios de comunicación, no vamos a detenernos ahora. Señalar de modo absolutamente simplista que el fenómeno de la globalización afecta al sector de los medios de comunicación más que a cualquier otro ámbito de la economía, tanto por lo que se refiere a concentración de medios en grandes grupos transnacionales como a las diferencias entre países avanzados y subdesarrollados en lo que a comunicaciones se refiere. Asimismo, el contenido de los programas es cada vez más global, pues aunque todos los países tienen sus propias redes especializadas y sus propias productoras, el objetivo de los beneficios empresariales lleva a que buena parte de los programas se adquieran en el exterior, adquiriendo las programaciones de los países occidentales un estilo internacional.

Se han desarrollado numerosas teorías para ayudarnos a analizar y “leer” los textos y las imágenes en los medios, es decir, sus contenidos. La teoría de los géneros identifica categorías de programas mediáticos, cada una con sus propias reglas y códigos, para ayudarnos a ubicarnos en el constante flujo de los medios. De un modo cada vez más acusado se ha ido generando lo que en el mundo de la televisión se conoce como “hibridismo”, el cual confunde al espectador al mezclar en un mismo programa elementos de información y de ficción. Por su parte, la semiología estudia todos los signos: imágenes, gestos, música, voz, objetos y las complejas asociaciones de todos ellos, que forman el contenido de los rituales, de las convenciones sociales y del entretenimiento, con el fin de conocer la estructura subyacente. Se ha acusado a los estudios semiológicos, y en concreto a los que se realizan sobre los medios de comunicación, de prescindir del entorno social, económico e incluso político en el que se crean e interpretan.

Uno de los temas centrales de los estudios contemporáneos de los medios de comunicación de masas está relacionado con la audiencia y con el impacto de aquellos sobre ésta. Las audiencias modernas difieren de las del pasado. Antes se hablaba de una audiencia en singular que ocupaba lugares públicos concretos, pero hoy las audiencias han pasado a estar fragmentadas e incluso individualizadas. Antes sólo podíamos ver una película en el cine, hoy podemos verla en casa, y solos. La investigación sociológica se ha ocupado especialmente del modo en que los medios influyen en la audiencia. Aunque existe una larga tradición de estudio de lo que se ha denominado “efectos mediáticos” –cómo los medios influyen y afectan a las personas- recientemente la investigación ha dado un giro a la pregunta para concentrarse en la capacidad de la audiencia para crear sentido a partir de lo que reciben de los medios mediante procesos de interpretación y de negociación. Los estudios clásicos sobre los efectos han mostrado una tendencia acusada a concebir las audiencias como receptoras pasivas de los mensajes de los medios, cuyo exponente más extremo sería la versión de la “aguja hipodérmica”. Autores como Morley, Fiske, Ang o Hebdige consideran que el eje del estudio de los medios de comunicación de masas no está ni en la reflexión sobre sus funciones sociales ni en sus efectos conductuales, sociales o ideológicos. Algunos de ellos han llevado a cabo investigación etnográfica con audiencias concretas, y Hebdige, desde una perspectiva marxista, habla de subculturas, término relacionado con la etnia, la edad, la clase o el género. A efectos de nuestro estudio de los nuevos medios, el estudio de las audiencias fragmentadas tiene relevancia en cuanto que lo que ha ocurrido hasta ahora –y ocurre una vez más en el caso de Internet y de las tecnologías digitales- es que en el momento en que surge un nuevo medio de comunicación, normalmente éste es adoptado por una élite antes de que se extienda a unas audiencias de masas, y tras un período más o menos prolongado, la audiencia se divide en una serie de grupos especializados. La evolución de la televisión hasta llegar a la situación actual de televisiones de pago, por cable, por satélite, es decir televisión “a la carta” es representativo de los cambios en las audiencias a lo largo de la vida de un medio.







V. La era de la cultura
En una entrevista al sociólogo Zygmunt Bauman aparecida en el periódico La Vanguardia el pasado 28 de mayo, aquel señalaba que el Estado Social, de los derechos humanos, dejó paso al Estado de Bienestar, cuya preocupación principal es la redistribución, el cual se ha terminado convirtiendo en el Estado de la Seguridad. “Volveremos a la idea del Estado Social, pero no a nivel estatal. Nos encontramos con las cuestiones con que se enfrentaron los pioneros del Estado de Bienestar, pero esta vez la tarea es más grandiosa porque hemos de rehabilitar a los emprobrecidos y parados. Dignificarlos. Y porque para implicar al capital el cambio debe ser negociado a nivel global. Creo que tarde o temprano la gente encontrará el camino”. Bauman, el sociólogo de la sociedad líquida, de la modernidad líquida y del amor líquido recordemos que otros adjetivos que se emplean para calificar a los nuevos medios son los de mutables y líquidos-, señala que hoy todo está en el fluir, en la movilidad, en viajar, y todo ello con el fin de estar constantemente interconectados con los demás y con el mundo. El tiempo y el espacio ya no constriñen las posibilidades de las personas (Bauman, 2000). Esto es especialmente cierto para los nuevos medios de comunicación. Desde el ordenador nos comunicamos con millones de personas al mismo tiempo, viajamos por el mundo sin necesidad de desplazarnos y todo ello en un tiempo récord, es decir, desde la inmediatez.

Por otro lado, Alain Touraine en su último libro, Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy, señala que para analizar la realidad social actual es preciso un nuevo paradigma de pensamiento: la cultura. Touraine, que toma su preocupación por la comunicación de Jürgen Habermas, establece tres paradigmas que han estado vigentes en los dos últimos siglos. Si hace doscientos años la sociedad se analizaba en términos políticos, la sociedad industrial y el capitalismo desplazaron al poder político y se constituyeron en la base de la organización social, pasando a ser predominante el paradigma económico y social. En este último, las categorías sociales eran la burguesía y el proletariado, los sindicatos y la patronal, o la estratificación y movilidad social. Ahora, en el siglo XXI, lo que se precisa es un análisis “no social” de la realidad social. En el nuevo paradigma la cultura y lo cultural cobran tal relevancia que el pensamiento de las ciencias sociales debe organizarse en torno a ellos (Touraine, 2005).

Armand Mattelart plantea en su último libro traducido al español, Diversidad cultural y mundialización, el tránsito que se está produciendo en las sociedades actuales de la cultura a la comunicación, de la cultura a lo cultural, del pueblo al público, del ciudadano al consumidor. Las redes culturales, las industrias de la cultura, la comunicación, la información y el entretenimiento constituyen el eje entre la filosofía del servicio público y el pragmatismo del libre juego de la competencia mercantil. Tras la caída del muro de Berlín en 1989, se ha pasado de un régimen de historicidad a otro en el que el “presentismo” producido por la sociedad de la información crea constantemente acontecimientos con los que absorber la capacidad individual y social de reflexión. El culto de la información difumina de este modo la cultura y la memoria. La producción de sentido quedaría, pues, en un plano relegado, quedando establecida la relación entre sociedad de la información y fin de las ideologías.

Estas son algunas de las aportaciones actuales más destacadas al análisis de la sociedad de este principio de siglo. Cada una de ellas habla su propio lenguaje y desarrolla un concepto propio de la sociedad, pero todos ellos destacan enfáticamente el papel que la cultura, o las culturas, y la comunicación tienen en las sociedades actuales. Para estos autores, entre otros, las sociedades actuales parecen haber ido al menos un poco más allá que las sociedades postmodernas de las que nos hablaron con tanta clarividencia los autores de la postmodernidad.

Fueron precisamente los autores postmodernos los que, como vimos antes, vieron con más claridad el estilo cultural y estético de las sociedades postindustriales. Partiendo de un rechazo ampliamente difundido de todas las aspiraciones generalizadoras de la Ilustración –el derrumbe de las grandes metateorías, el rechazo al papel del experto-, de la inseguridad de conocer algún día esas grandes verdades ocultas de las que nos hablan los expertos, los postmodernos nos mostraron que vivimos en un mundo de apariencias carentes de profundidad, en el “simulacro” o mundo de “puras imágenes flotantes”, un universo completamente “poblado de imágenes”, según Baudrillard (Baudrillard, 1988). Un mundo hiperreal lleno de imágenes creadas por los medios y por la cultura de nuestro tiempo, una cultura visual caracterizada por la imagen, el diseño y el estilo. Una cultura en la que cualquier cosa está permeada de imágenes y sensaciones.

Los postmodernos también nos advirtieron de una serie de cuestiones que tal vez hoy estemos ya en condiciones de empezar a cuestionar. Argumentan que vivimos en un universo de medios de difusión en el que cada vez hay más información y menos significado, y que esta saturación de información a un ritmo trepidante impide a quien la recibe darle sentido. De lo anterior se desprende el hecho de que los sujetos de las sociedades postmodernas son seres pasivos, pero además son superficiales porque son incapaces de otorgar significado al exceso de información que reciben. Siendo incapaces de interpretar lo que ven, ejercen resistencia frente a los efectos de los medios, anulando así al menos una parte de ellos. Así, mediante el bombardeo sistemático de información se anulan todas las diferencias de contenido. Lo único que queda es el espectáculo.

Los postmodernos en las últimas décadas del siglo XX y más recientemente Bauman, Touraine y Mattelart, entre otros, nos hablan de la sociedad en la que están actuando los nuevos medios de comunicación. Ahora tal vez deberíamos fijarnos en lo que los nuevos medios tienen que aportar a esta sociedad, a su cultura y a sus sujetos permanentemente intercomunicados. Y también deberíamos reflexionar sobre lo que algunos están haciendo con las inmensas posibilidades que ofrecen los nuevos medios para contribuir a la cultura y a la comunicación social.

VI. La expresión en la era de la cultura
Vencido el siglo XX, la expansión de las nuevas tecnologías de la información y de los ordenadores han dado un empujón trascendental a la visualización de la comunicación y la cultura en todas sus dimensiones. La fotografía analógica está en un callejón sin salida y el cine se tambalea ante el avance del vídeo digital. La visualización del individuo, de la sociedad y de la cultura a través fundamentalmente de los ordenadores y de las tecnologías digitales es ya una evidencia. Y los nuevos medios no hacen sino confirmar esta omnipresencia de lo visual en la casi totalidad de los contenidos. Internet, los sitios web, el multimedia o hipermedia, los videojuegos, los CD-ROM y el DVD y la realidad virtual están plagados de imágenes que sí, nos bombardean, pero también nos orientan en nuestros recorridos y a muchas de las cuales no podríamos acceder de otro modo. Incluso aquellos ámbitos que parecían más reservados al texto se están llenando de imágenes, como es el caso de los blogs, los diarios personales que están inundando Internet. David Sifry, fundador de Technorati, un buscador sólo para blogs, decía recientemente en una entrevista en Ciberpa@ís que “Google pertenece a un Internet antiguo; el de ahora es más móvil, más social, donde la gente no sólo lee, sino que habla, escribe, fotografía o filma. Es otra forma de usar Internet. Internet ha pasado de ser la gran biblioteca a ser la gran conversación” (Ciberp@ís, 1/06/2006). También recientemente hemos podido leer en la prensa (La Vanguardia, 28/05/2006) acerca de lo que se ha dado en llamar la “generación @” o “generación MySpace”. Tal vez ha sido el hecho de que el magnate australiano Rupert Murdoch haya adquirido el portal MySpace por 465 millones de euros lo que ha levantado la liebre. Pero el hecho es que la red social de mayor éxito en Internet tiene 80 millones de usuarios, muchos de ellos adolescentes que, a través de esta gigantesca red de redes crean listas de amigos, conocen gente, intercambian sus opiniones e imágenes, recomiendan películas y canciones, delimitando un espacio privado de uso público. Tal vez el gancho esté en que todo esto no exige grandes conocimientos técnicos, es gratuito y que apenas existe control sobre unos contenidos que crean los propios usuarios. Porque todo ello se ha producido sin realizar grandes campañas de publicidad, ya que, como dice el diario, “su crecimiento es viral: las recomendaciones de los usuarios atraen a sus amigos, y cuando el fenómeno es importante salta a los medios y a partir de ellos engancha a más usuarios”. De manera sistemática aparecen críticas feroces sobre los contenidos y advertencias sobre el potencial uso de esta red por delincuentes de todo tipo y, como dice un experto en la materia consultado por el periódico barcelonés, aunque “esta generación está cómoda siendo observada, será menos alegre y más sabia cuando se dé cuenta que el observador no siempre es de fiar” (La Vanguardia, 28/05/2006).

Ya sabemos hoy que los videojuegos atraen no sólo a los niños y adolescentes sino también a adultos de ambos sexos. Un estudio sobre videojuegos y juventud realizado por el Injuve en 2002 señala lo siguiente: “Frente a la polémica que suscita su uso”, y la escasa regulación legal de este ámbito, tanto a nivel nacional como europeo añadiríamos nosotros, “una ingente cantidad de juegos con formatos, contenidos y ritmos muy desiguales cuentan cada vez con más adeptos que intercambian información, experiencias y desafíos, formando parte de una comunidad en construcción … El debate entre lo inocuo y lo problemático se mueve entre unos juegos y otros, y entre unos y otros jugadores. Los límites entre lo violento, lo sexista, … y lo simplemente lúdico a veces no resultan nada nítidos”. Aquí podemos ver muchas de las incisivas apreciaciones que los postmodernistas hicieron de las sociedades actuales, pero también algunas de las limitaciones de sus enfoques que advertimos más arriba. Ver más allá de lo que ya estaba ocurriendo en las sociedades postindustriales no resultaba fácil. Los cambios ya habían empezado a ser realmente profundos y complejos. Pretender que nos dijeran hacia dónde íbamos –lo que a menudo se les reprocha no haber hecho- era ya demasiado pedir.

Y llegamos al mundo de la cultura, donde se mezclan muchas de las cuestiones hasta ahora vistas pero donde surgen otras propias de este ámbito así como preguntas y desafíos que están aún casi por plantearse. Ya vimos cómo en los nuevos medios se incorporan los lenguajes de los viejos –cine, fotografía, sonido, imagen en movimiento, televisión, información-, dando lugar a lo que se conoce como hipermedia, pero cómo también el rasgo más característico, al menos hasta ahora, era la cuestión de la interactividad. Al mismo tiempo, los viejos medios son también cada vez más interactivos. La radio, la prensa –de un modo muy destacado los diarios gratuitos- y la televisión cada vez preguntan e interpelan más a la audiencia. En la página web periodistas21.blogspot.com se lee lo siguiente: “Vivimos la era del periodismo participativo, Periodismo 3.0, y la gran batalla está en reconstruir esa relación íntima de confianza entre medios y audiencia a través de la interactividad…La segunda generación de gratuitos tendrá dos ejes: interactividad y fidelización de los lectores. La batalla ha comenzado. 20 Minutos ha lanzado una ofensiva para convertir a sus lectores en corresponsales…ser protagonista y autor de la información”. Y en el artículo de José Hermida que aparece en la página web revista.libertaddigital.com se va un paso más allá en lo que interactividad se refiere: “El siguiente paso consiste en la creación de entornos virtuales inmersos, es decir, espacios donde ese usuario atraído por ser él mismo el propio espectáculo se pueda desenvolver e interactuar con otros a su libre albedrío y en unos escenarios lo más verosímiles posibles, habitualmente en tres dimensiones…Se pretende que, en estos entornos, los usuarios lleven una especie de “segunda vida” dentro del ordenador”.

También hemos visto cómo la nuestra es, desde la invención de la fotografía pero sobre todo desde el nacimiento del cine, una cultura cada vez más visual, de lo que ha dado buena cuenta la publicidad. El manejo de los lenguajes visuales por un número cada vez mayor de gente se ha impuesto tanto a través de la expansión de las técnicas digitales –fotografía, vídeo- como de los propios lenguajes del ordenador –interfaz, videojuegos, aplicaciones informáticas desde Windows pasando por los modernos programa de diseño y tratamiento de la imagen y la información hasta llegar a la realidad virtual. Todo ello, junto con una expansión y una accesibilidad cada vez mayores de las nuevas tecnologías digitales y de los ordenadores, ha hecho de los nuevos medios un lugar interesante para la obra de los productores culturales y los creadores y artistas, muchos de los cuales van abandonando lo analógico para pasarse a lo digital. Es el caso del Net Art, o Arte de la Red, y del software art. Tanto es así que los museos ya se están enfrentando al reto de cómo conservar el arte electrónico y digital. En el suplemento Ciberp@ís del pasado 1 de junio se abordaba este tema: “¿Cómo conservar lo intangible? ¿Cómo conservar el software-art? ¿Y la interactividad en Internet?”. Desde que hace casi treinta años apareciera el vídeo, los artistas han ido incorporando cada vez más elementos electrónicos y digitales a sus obras, y los museos, coleccionistas, artistas, mediatecas, etc. Necesitan sistemas eficaces para la restauración, conservación y archivo de las obras que tienen un carácter efímero e interactivo o que emplean vídeo, programas informáticos e Internet. Paradójicamente, de las obras que ya se han perdido, imprescindibles para poder escribir la historia del media art, sólo se conservan los textos de explicación de la obra. Los que dicen que no se puede entender una fotografía sin el pie de foto estarían encantados.

Desde las ciencias sociales, lo que se ha avanzado en el estudio de la imagen es bien poco. Pero el enorme crecimiento de la información visual ha ido empujando a los científicos sociales a investigar sobre la importancia creciente de los datos visuales. Como ya ocurriera con los viejos medios, la imagen es en los nuevos medios un soporte insoslayable de las estrategias de persuasión, de uniformización del gusto y de control del mercado. Desde las ciencias sociales y de la comunicación ha ido adquiriendo mayor presencia, con dificultades tanto conceptuales como metodológicas, una ciencia visual. Ahí está el artículo de Howard Becker de 1974 Photography and Sociology y su imaginativo libro de 1986 Doing things together. En ambos textos plantea la sociología visual como un instrumento destinado a la obtención de datos, al tiempo que apunta la posibilidad de utilizar las imágenes en sí mismas para analizar la sociedad actual. Gillian Rose, en su obra Visual methodologies, no aporta ninguna ninguna novedad metodológica pero sí propone utilizar una mezcla de todas aquellas técnicas adecuadas al objeto de estudio. Desde las ciencias sociales estamos cada vez más necesitados de una ciencia de lo visual como instrumento de analítico y reflexivo. Debemos aprender cómo funciona este sistema de transmisión de información a través del lenguaje visual para, en un segundo momento, tratar de elaborar un enfoque analítico que nos lleve a la comprensión de dicha información y a desarrollar mecanismos críticos que nos permitan generar conocimiento más allá de las meras apariencias.

Pero tanta libertad y experimentación en los nuevos medios tienen unos costes y condicionantes. Por una parte estarían una serie de aspectos legales y económicos que afectarían no sólo a las empresas de audiovisuales sino también a los creadores. Nos referimos, por un lado, a los aspectos relacionados con los derechos de autor y, por otro, a cómo reaccionarán los anunciantes cuando el espectador/emisor pueda saltarse la publicidad. Pero lo que aquí más nos interesa son aquellos aspectos que nos afectan como científicos sociales. Michael Ignattief y Umberto Eco nos dan una pista de algo que, si bien no podemos saber aún si será o no el precio que tengamos que pagar por ese mundo nuevo que nos abren los nuevos medios, sí al menos se presenta como un inquietante interrogante. Se trata de la memoria. Ignatieff (citado por David Morley en Curran, Morley y Walkerdine, 1998) sostiene que vivimos en la “cultura de los 3 minutos”: las noticias no duran más de 90 segundos, nos hemos acostumbrado tanto a los anuncios y los videoclips que las películas de Hollywood nos resultan lentas, ya no somos capaces de ver un programa de televisión entero gracias al zapping. Una cultura, en fin, en la que “muy raramente alguien hace una sola cosa a la vez, de forma concentrada y durante un período de tiempo largo”. El coste que pagamos es la memoria. Sostiene Ignatieff que estamos en una “cultura amnésica” en la que cualquier cosa se olvida o se tira de forma casi inmediata.

Por su parte, en un artículo titulado “Universidad y mass media”, Eco señala varias cuestiones de gran relevancia. En primer lugar, la facilidad de publicar y de divulgar a través del ordenador y de Internet está provocando una “saturación de comunicación científica que nadie es capaz de retener en la cabeza” Además, dice, “los medios son de memoria corta”. En segundo lugar, dado que al experto le resulta del todo imposible estar al día de todas las novedades de su especialidad, cada vez se recurre más a la producción y consumo de abstracts, resúmenes interpretados por un redactor. En tercer lugar habla Eco de las “bibliografías totales”, de las que dice lo siguiente: “Una bibliografía debe ser conquistada y sufrida. Una bibliografía total no sirve de nada, porque es inconsultable”. Sigue diciendo: “Ninguna bibliografía contiene títulos que tengan más de diez años de vida… (lo que resulta) preocupante para las materias humanísticas, que son por naturaleza acumulativas”. Por último, una cuestión que afecta no sólo a las ciencias sino, y de manera muy especial como ya hemos visto, al arte y a la cultura en la red. Se trata de una cuestión tan crucial como es el carácter perecedero de los soportes físicos de la producción mediática. Como señala Eco, “no sólo se deterioran las videocasetes, la grabación en disco magnético, la página de la fotocopia…Los medios de comunicación han permitido la multiplicación y circulación de libros que no sobrevivirán a la vida de sus autores. Todos los métodos propuestos para evitar este trágico inconveniente podrán salvar sólo una parte de los testimonios de nuestra cultura” (Eco, 2004).

Todas las cuestiones anteriores tienen que ver, de un modo u otro, con la perdurabilidad de la cultura en los nuevos medios. Aparte de las cuestiones técnicas, que pueden llegar o no a perfeccionarse hasta el punto de encontrar sistemas de conservación que alarguen más o menos la vida de los soportes, de los “objetos” digitales, no parece factible –aunque al ritmo que van las cosas no se puede descartar que llegue a ser plausible- que los medios en sí mismos sumen a la expresividad que hemos analizado en este escrito lo que podríamos llamar la función interpretativa, hasta ahora en manos de los académicos, de los científicos, de los responsables de museos, galerías de arte o críticos, o de los expertos en cultura de instituciones públicas o privadas. Tal vez los nuevos medios nos permitan unas posibilidades expresivas o incluso creativas en el terreno personal, artístico, de grupos o de posicionamientos sociales y políticos, democratizadores, que los tradicionales medios de comunicación de masas no han podido o sabido realizar, demasiado ocupados en entretenernos y ayudándonos a escapar de nuestra cotidianeidad. Pero ¿cuánto van a durar nuestras aportaciones? ¿Desaparecerán con la misma instantaneidad con que se crearon? Tal vez algunos deberían asumir la difícil tarea de decidir qué debe perdurar y qué no. Allí donde los medios no pueden llegar, aún tienen mucho que decir los sabios y los expertos.


Bibliografía

Abruzzese, A. y Miconi, A. (2002), Zapping. Sociología de la experiencia televisiva, Madrid, Cátedra.
Adorno, Th. W. y Horkheimer, M. (2005), Dialéctica de la Ilustración, Madrid, Trotta.
Baudrillard, J. (1988), Selected Writings. Oxford, Polity Press.
Bauman, Z. (2000), Liquid modernity, Cambridge, Polity Press.
Berman, M. (1988), Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Madrid, Siglo XXI.
Callejo, J. (2001), Investigar las audiencias, Barcelona, Paidós.
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Curran, J., Morley, D. y Walkerdine, V. (1998), Estudios culturales y comunicación, Barcelona, Paidós.
Darley, A. (2002), Cultura visual digital, Barcelona, Paidós.
Eco, U. ((2004), “Universidad y mass media”, en CIC, vol. 9, págs. 149-159.
Manovich, L. (2005), El lenguaje de los nuevos medios de comunicación, Barcelona, Paidós.
Mattelart, A. (2006), Diversidad cultural y mundialización, Barcelona, Paidós.
Rose, G. (2001), Visual methodologies, London, Sage.
Thompson, J. B. (1998), Los media y la modernidad, Barcelona, Paidós.
Touraine, A. (2005), Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy, Barcelona, Paidós.
Gitlin, T. (2005), Enfermos de información, Barcelona, Paidós.

Artículos en prensa
Entrevista a David Sifry, fundador de Technorati, Ciberp@ís, 1 de mayo de 2006, págs. 1 y 7.
Entrevista a Zygmunt Bauman, sociólogo, La Vanguardia, 26 de mayo de 2006, pág. 43.
“La generación MySpace”, por Àlex Barnet, La Revista, suplemento dominical de La Vanguardia, 28 de mayo de 2006, pág. 7.
“Murdoch y la generación @”, por Norberto Gallego, La Vanguardia, 29 de mayo de 2006, pág. 64

Páginas de Internet consultadas:
http://diariored.com/blog/mkt20/archivo/o00666.php
http://www.ensayistas.org/critica/teoria/hipertexto/gomez/hipertexto3.htm
http://www.hipertexto.info/documentos/interactiv.htm
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http://www.injuve.mtas.es/injuve/contenidos.item.action?id=20498886&menuId=1145662670
http://www.mecglobal.com/output/Page259.asp
http://www.narxiso.com/interact.html
http://www.narxiso.com/hipermedia.html
http://periodistas21.blogspot.com
http://www.postgradum.com
http://revista.libertaddigital.com
http://www.uoc.edu